El otro día pasaba por la plaza Murillo, en La Paz, y quedé anonadado por el mamotreto que están construyendo detrás del Palacio Quemado que –dicen- será la futura “casa del pueblo”. Un ataque al hígado artístico y patrimonial de La Paz, pero que nadie pudo parar. En este azoramiento impotente me acompañaba un amigo que había estudiado en Rumania, durante la dictadura comunista de Nicolae Ceausescu, que gobernó la República Socialista desde 1967 hasta su ejecución en 1989. “Todos los dictadores tienen sus aires de dioses y este señor, después de 24 años en el poder creyó que nunca lo dejaría”.
Nicolae Ceaucescu y su mujer (Elena) gobernaron Rumania con mano de hierro, manteniendo un Estado policial de corte estalinista, alimentando la corrupción y el nepotismo, y con un culto a la personalidad de ambos”. Pero -me dice- todo chancho tiene su Navidad, y a éstos, el 18 de diciembre de 1989, les llegó su día, precisamente, 24 horas después que inauguraban un inmenso palacete que hicieron construir en más de cuatro hectáreas en el centro de Bucarest.
Para cumplir sus sueños megalómanos y de eternización en el poder se gastaron millones de dólares y destruyeron una serie de edificios patrimoniales. La bronca acumulada por tantos años de sojuzgamiento se abrió con la primera puerta que abrieron del palacete. Y, como producto de la rebelión, que cobró la vida de más de 60.000 rumanos, los Ceausescu “fueron ejecutados sumariamente por delitos de genocidio, demolición del Estado y acciones armadas contra el pueblo, destrucción de bienes materiales y espirituales, destrucción de la economía nacional y evasión de mil millones de dólares hacia bancos extranjeros”.
Las locuras y rarezas de los dictadores por el mundo es propia de estos personajes, que se creen por encima del bien y del mal. Ignacio Pato (2015), que resume varias de esas excentricidades, señala que la idea del poder eterno les dio “la oportunidad de dejarnos un catálogo de majaderías. Algunas son totalmente ciertas y documentadas, otras quedarán para siempre en el limbo de la rumorología”.
Idi Amin, que gobernó Uganda entre1971-1979, le escribía cartas de amor a la Reina de Inglaterra tratando de conquistarla. Producto de esa supuesta relación, el dictador se autodenominaba “Su Excelencia, el Presidente vitalicio, Mariscal de campo alhaji, Doctor Señor de todas las bestias de la tierra y peces del mar y Conquistador del Imperio Británico en África en general y en Uganda en particular”.
Saparmurat Nyyazow, que gobernó Turkmenistan entre 1985 – 2006, ejerció un régimen autocrático. En 1994 celebró un plebiscito para extender su mandato por ocho años, con el fin de que pudiera supervisar un plan de desarrollo de 10 años, siendo aprobado con un inverosímil 99,9% de los votos. En 1999, el parlamento declaró a Nyýazow Presidente vitalicio.
En 2001 Nyýazow publicó su libro Ruhnama (en español Libro del alma). La obra es un tratado sobre moral y civismo. En mayo de 2004, el gobierno de Turkmenistán emitió un comunicado anunciando la eliminación gradual de la enseñanza del álgebra y la física y, en su lugar, se alentó a los estudiantes a memorizar el Ruhnama y cantar consignas alabando al presidente Nyýazow. En 2005, Nyýazow hizo colocar una copia de su libro en una cápsula espacial para “conquistar el espacio”.
François Duvalier, que gobernó Haití entre 1957-1971, se hizo apodar Papa Doc y, un día, mandó matar a todos los perros negros de su país porque estaba convencido de que uno de sus opositores políticos se había transformado en un perro negro mediante el vudú. Antes de morir confesó que había sido él quien había asesinado a JFK.
Jean-Bédel Bokassa, de la República Central Africana, tomó el poder con un golpe de Estado en 1966 y 10 años después se autoproclamó emperador. La ceremonia dejó en la quiebra al país. La corona bordada con diamantes le costó casi cinco millones de dólares. Bokassa ordenó que a los ladrones se les pegara, usualmente con martillos y con cadenas mientras él miraba. También se deleitaba alimentando a sus cocodrilos personales y los leones de su Villa Kolongo con los cuerpos de los criminales acusados.
Pero lo peor de todo era que Bokassa, presuntamente, era caníbal y mantenía carne humana en su cocina, la cual servía a sus comensales desprevenidos. Durante la ceremonia de coronación, el recién coronado emperador se dirigió a un ministro francés que estaba atendiendo y le susurró: “Nunca te diste cuenta, pero comiste carne humana”. Fue depuesto en 1979.
Después de leer estas historias no queda más que decir: ¡Dios nos libre de los dictadores y de las locuras del poder!