A todos los hombres célebres les gusta tener retratos, no por nada el Congreso está lleno de inútiles cuadros convertidos en basura con los años. Lo mismo acontece en la Casa de la Libertad, donde las salas de hombres de Estado retratan más que nada el hecho de que el Estado tiene sexo y color de piel. 
    Inspirada en ese afán retratista, quiero ofrecer hoy un retrato escrito de nuestro Vicepresidente que ya se ha ganado su espacio en esa rutinaria, empolvada, ófrica y homosexual galería de hombres de la historia de la patria.
    Los gestos femeninos en sus piernas cuando las cruza, en sus manos cuando habla y en su manera de recogerse el cabello no se lo debe a una tendencia homosexual sino al hecho de que es un hombre educado por su madre en una familia donde la ausencia paterna ha sido una de las características que más han marcado su infancia y adolescencia. 
    En ese sentido Álvaro es parte de ese inmenso fenómeno boliviano de los hijos varones criados exclusivamente por sus madres. Yo albergo la esperanza de que esos hijos sean capaces de desarrollar relaciones de empatía con las mujeres, de horizontalidad, de solidaridad y sean agudos analistas del machismo y las relaciones de poder fundadas en el sexo. Pero ése no es el caso de Álvaro; si bien la soledad de su madre ha calado profundamente en su personalidad, esto no ha devenido en una empatía con el universo de las mujeres, sino en un fuerte complejo de superioridad. Un ejemplo de las manifestaciones de este complejo en él es esa alusión tan ridícula al hecho de que es el hombre que más hubiera leído en el país, algo que quien ama los libros y los ha elegido como compañía permanente de vida no necesita subrayar. Esa muletilla le sirve para presentarse como “dueño de la verdad”; se considera docto en economía, sociología, política, filosofía y en todo lo que toca. Esto es una muestra de su descomunal y peligroso complejo de superioridad.
    Cualquier observador con un poco de sentido común diría que Álvaro García Linera es vicepresidente por concesión de Evo Morales y porque supo coger una gran oportunidad. Él, en cambio, considera que estaba predestinado y que es él el redentor de lo indígena, que es él el que convierte a Evo Morales en el primer Presidente indígena de América. Vemos, sin embargo, todos los días el papel secundario que van ocupando los y las actoras indígenas en este proceso del que él se va apropiando glotonamente.
    Su relación con “lo indígena” es una relación neurótica, le permite ganar sentido y significado en la vida, pero al mismo tiempo le sirve para no entrar en el análisis de su propia condición de hombre blanco, letrado, salido de un colegio particular, hijo de una madre sola y que no entró a estudiar a la UMSA como el 99,9% de los y las bachilleres de este país, sino que tenía que salir al exterior cumpliendo el sueño arribista de la clase media boliviana.
    Su relación con las mujeres es utilitaria. En la cárcel necesitó a una guerrillera solidaria; en la universidad, como profesor, a una estudiante enamorada; y en el poder, a una miss o una presentadora de televisión. En todo caso, jugar al conquistador es rentable en una sociedad machista. No tiene compañera no por ser homosexual, sino por no saber amar.
    Otro rasgo característico de Álvaro García Linera es su poco contacto con la realidad. Así como en su adolescencia los libros le sirvieron de refugio donde pensar y soñar con mundos distintos y evadir las tristezas de una vida llena de privaciones, hoy le pasa lo mismo. Hace su análisis a través de lo que ve en la televisión, lee en los periódicos o ve en los libros. No es un hombre que tenga ni haya jamás construido un vínculo subjetivo directo con la realidad que lo rodea. En la cárcel los libros le permitieron evadir el dolor del encierro, ahora en el poder también está mediatizado y está hoy preso de sí mismo y de su rol. Pisar la tierra con los pies, tocar la realidad con las manos, sentir frío sin abrigo, calor sin protección o quemarse al sol es algo que Álvaro no sabe hacer; por eso, además, está siempre tan pálido porque vive como un conde Drácula bajo la sombra de su poder. 
    En pocas palabras, estamos frente a un hombre neurótico, con un fuerte complejo de superioridad, unilateral, dueño de la verdad y deshumanizado.
    (*) María Galindo es miembro de Mujeres Creando.