Mañana, jueves, no sólo el Reino Unido, también Europa y gran parte del mundo estará pendiente de los resultados que arroje el referendo sobre la independencia de Escocia. Es que, dados los antecedentes históricos del tema, el contexto geopolítico internacional actual y, sobre todo, el potencial efecto multiplicador de lo que se decida en las urnas escocesas, se puede afirmar que lo que está en juego es mucho más que el futuro de las relaciones entre los miembros del Reino Unido.
La posibilidad de que el ejemplo escocés sea seguido por muchos otros pueblos que están en una disyuntiva similar es el principal de los motivos de atención. Ya sea que en las urnas se imponga la decisión de conservar o romper los lazos que hasta ahora han unido a Escocia con el Reino Unido, el resultado tendrá sin duda la fuerza de un ejemplo aleccionador para todos los pueblos que a lo largo y ancho de Europa, y también en países como Canadá, tienen dudas sobre la necesidad y conveniencia de pertenecer a unidades mayores o más bien optar por la fragmentación.
Según todas las previsiones, el resultado que arrojen las urnas será muy estrecho porque las opiniones de los escoceses están divididas en partes casi iguales. Y también se prevé, por eso mismo, que sea cual fuere el desenlace habrá muy profundos cambios en la manera como hasta ahora han funcionado las relaciones entre Escocia y Reino Unido. Pero, ninguno será abrupto sino, más bien, un proceso paulatino al que unos y otros tendrán que ir adaptándose.
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