El anuncio según el que pronto se promulgará la ley marco de gestión de residuos, que reglamentará no sólo la forma de manipulación de residuos, sino –como ha dicho el Presidente– el comportamiento de los bolivianos en lo que respecta al uso de material desechable (como lo son las bolsas de plástico) es una muy buena noticia.
El tema de la basura, el manejo responsable de la misma, el de los desechos fuertemente contaminantes, es algo extraordinariamente importante y algo que los bolivianos hemos dejado pasar en parte con la excusa de ser demasiado pobres para enfrentar con responsabilidad este fenómeno.
Sin lugar a dudas, la contaminación de los ríos, causada ante todo por la minería (la manejada por las cooperativas) es el tema más importante que debe ser confrontado, pero hay otro tipo de contaminaciones menos perniciosas que merecen ser tomadas en cuenta y corregidas, porque pueden, además, tener efectos didácticos importantes dentro de la población.
Como miembro del rubro del turismo, me toca confrontarme constantemente con una especie de dualidad andina entre la magnificencia paisajística y la abyecta realidad del descuido, de la falta de una educación ecológica y, por qué no decirlo, hasta de falta de amor por el paisaje por el que se pasa o en el que se habita.
Vale la pena mencionar algunas de las más grandes aberraciones cometidas aquí, a la vuelta. La Paz, que ha sido calificada como una ciudad maravillosa, lo cual ha causado más de un éxtasis entre sus habitantes, tiene como una de sus especiales características ese magnífico panorama que se ve desde cualquier camino o carretera que baja de la ceja de El Alto a la ciudad. Lastimosamente, a lo largo de todos esos fantásticos miradores, lo primero que se percibe, y a veces tapando la vista, son escombros de demoliciones, dejados a lo largo de la ruta.
Cabe preguntarse, ¿por qué la indolencia de la Alcaldía? Un control rígido y un buen sistema de multas, un tanto brutales y que lleguen a las empresas constructoras, o a los dueños de las casas demolidas, podría empezar a solucionar el problema.
A fin de cuentas esos escombros no son la acumulación de ladrillitos que bota la gente desde sus ventanas, sino de enormes volquetas que para circular con escombros deberían tener una autorización que incluya el destino del cargamento.
Más allá de los controles y multas, también sería muy importante una concienciación respecto a la forma en que la gente maneja sus residuos o cómo los desecha.
Las carreteras bolivianas, mientras más viejas y más transitadas, están más mugrientas a cada lado de las mismas. Sembradas de botellas y bolsas de plástico, no tienen ninguna advertencia disuasiva al respecto.
Pero no se crea que es responsable de esta situación la modernidad, el plástico. El presidente Morales, en la presentación de la nueva ley, le echó la culpa del exceso de basura a la occidentalización del país.
Está equivocado, la basura la produce ante todo el bienestar económico y cuando éste no está acompañado de una cierta educación medioambiental, aunque uno se quede adorando a la Pachamama o a los achachilas (basta ver la apacheta de la cumbre yungueña, o las alturas de Tambillo, yendo a Tiahuanacu, para constatar ese extremo).
La gente que vive en un medioambiente más cuidado termina siendo más responsable del mismo. Ocuparse por la limpieza de las carreteras y los acantilados no es solamente una preocupación estética, es parte de una toma de conciencia.
El autor es operador de turismo
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