Parece ser que don Evo Morales y los suyos no han aprendido nada de la crisis del año pasado, eso es comprensible, porque en vez de hacer una introspección se han dedicado a inventar culpables, contratar mediocres y construir una historia aún más descabellada que la que inicialmente contaron.
El año pasado el desportillazo fue de la imagen de Su Excelencia, este año el problema tiene hasta su lado noble: la salud del Primer Mandatario se ha resquebrajado y eso hasta podría inspirar empatías. Pero, empecemos por lo primero, la información debe ser creíble, eso quiere decir que quienes han rifado su credibilidad es mejor que este año se mantengan en silencio. Por ejemplo, los que dijeron que habían visto o conocido al hijo de Evo Morales, ahora que la versión oficial es que éste nunca existió, simplemente tienen que callar y desaparecer detrás de telones.
Por lo demás, es ridículo que todo el mundo se ponga a informar sobre algo tan personal del Presidente, independiente de la importancia nacional y del interés que el tema despierta. El llamado a informar al respecto es el Presidente mismo. Éste puede delegar la tarea a su jefe de gabinete, al Ministro de la Presidencia o a su médico de cabecera. Si tan sólo se tuviera una persona explicando en forma escueta y clara la información que el Presidente está dispuesto a develar respecto a su salud, no habría espacio para especulaciones ni malentendidos, menos para recriminaciones debido a las contradicciones que se han escuchado estos días.
La historia de los cinco médicos que hubieran revisado al Presidente y que ni uno hubiera encontrado una explicación para sus males, está muy mal contada, pone en mala luz a los médicos bolivianos y termina siendo colonialista: lo de afuera es mejor. Pero es muy comprensible y puede tener un origen sensato. No sabemos los nombres de los profesionales, porque por razones obvias se debe preservar la privacidad del paciente (aunque éste haya hecho todo lo contrario vía su Ministro de Salud con el exmagistrado Cusi). Por lo demás, puede que uno de los médicos, o los cinco, más que no haber encontrado nada, es posible que hayan encontrado algo, algo preocupante, pero considerando una vez más el calibre del paciente, hubieran preferido, con sabiduría, que el Presidente se haga una consulta más y mejor afuera, y mucho mejor en el país de los amores del Poderoso.
Soy un acérrimo crítico a la existencia del lujosísimo avión de Evo, que nos cuesta millonadas, pero es en casos como éste que esta aberración se justifica y que no corresponde señalar el despilfarro. Eso sí, qué gran efecto hubiera provocado Evo si se hubiera hecho atender en el Hospital Obrero y qué maravilla sería si hubiera un hospital en Bolivia donde él, el hombre que ya señorea este país desde hace 11 años y quiere quedarse en ese rol para siempre, se pudiera sentir en buenas manos.
La enfermedad de Evo es, por el momento, problema suyo y de su entorno, que debe estar temblando ante la sola idea de que algo le pase a la gallina de los huevos de oro, vale decir a la fuente de todo su poder.
Pero este es un momento que debería invitar a reflexionar respecto a la forma cómo se está manejando la salud en nuestro país. No quiero unirme al coro desorejado que dice que no se ha hecho nada en estos 11 años. Sí se ha hecho, pero mucho menos de lo que se podía hacer y a veces de forma extremadamente irracional.
Problemas elementales no han sido resueltos. Basta recordar que los asegurados aún tienen que ir a hacer colas en las frías madrugadas paceñas para obtener una ficha que les permita ser atendidos (como si no pudiera haber un sistema por internet para reservar las horas de consulta por teléfono). La cuota de maltrato e irresponsabilidad médica comienza allí.
Y cierro con mi cantaleta de siempre: ¿qué tal si en vez del denigrante Servicio Militar Obligatorio haya un servicio civil de todos los jóvenes y que una parte de éstos ayuden en hospitales y postas sanitarias?
Agustín Echalar Ascarrunz es operador de turismo.
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