Se ha anunciado desde las esferas gubernamentales que las reservas de litio boliviano en el Salar de Uyuni, Potosí, constituyen las más grandes del planeta. Las recientes y optimistas afirmaciones del representante de la Dirección Nacional de Recursos Evaporíticos (DNRE) se basan en estudios y trabajos de exploración que se habrían realizado durante el año 2009, y que arrojaron resultados francamente alentadores. Según éstos, Bolivia resultaría poseedor de más del 50 por ciento de las reservas mundiales, lo que ya constituiría un motivo para alegrarse por el país. Sin embargo, todavía hay mucho por aclarar en el asunto litio. Primero, la cuantificación oficial de las reservas. Luego su explotación y el mercado.
Hasta donde se sabe, el litio seguirá dormido en el Salar de Uyuni por un tiempo indeterminado, pero quizás el suficiente para bajarnos los humos. Es de conocimiento general que los esfuerzos que se despliegan para conseguir el desarrollo de la tecnología de punta para la explotación del litio a escala industrial, corren paralelos a las tratativas por conseguir el mercado para el litio boliviano. Interesados en este nuestro recurso natural los hay, tanto para la explotación como para lograr espacios en el mercado internacional. Ni duda cabe, pero conviene ser cautelosos en despertar falsa expectativas. Los escollos que se presentan pueden ser más grandes que las intenciones para darle un buen destino al litio.
Por una parte está la elección de los socios. No todos los interesados están dispuestos a dejar la tajada más grande para el Estado, como pretende en su legítima aspiración el Gobierno. Esta postura obedece a que las inversiones dirigidas a la prospección, explotación e industrialización son muy elevadas y requieren de la más sofisticada tecnología, factor que las empresas no están muy dispuestas a ceder a favor de terceros sin más. Como si eso no fuera suficiente, Bolivia ofrece sin querer, algunos cuellos de botella insalvables a la hora de hacer negocios. Como es la inseguridad jurídica para la inversión.
El país debe resolver cuanto antes este incordio legal, que se agrava porque la Constitución obliga a consultar a las comunidades la conveniencia de su explotación y posterior acomodo en el mercado internacional. Como están las cosas, una negativa de éstas en nombre del medio ambiente, por ejemplo, echaría por la borda ingentes esfuerzos que significan tiempo y dinero. Además, si se salvaran estos obstáculos, por ahora muy naturales, habría que abordar el tema del mercado internacional.
Chile ya está explotando el litio en su territorio y ha copado importantes mercados. Lo mismo Argentina, que se ha asegurado los requerimientos de la empresa Toyota. Brasil ha entrado en competencia. Bolivia, como propietaria de una reserva de litio envidiable, se está cerrando sobre sí misma y no es, hoy por hoy, el país ideal para la inversión privada, especialmente para aquella que conlleva elevado riesgo. No sólo pesa la inseguridad jurídica que no termina de resolverse, sino que se agrava aún más. El largo camino que deber recorrer el litio hacia un mercado seguro puede desalentar las mejores intenciones empresariales, o puede desinflar nuestras expectativas. Conviene no hacerse ilusiones.
El largo camino del litio puede desalentar las mejores intenciones empresariales, o puede desinflar nuestras
expectativas.
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