No entiendo cómo queremos atraer al turismo cuando los mandos medios de las oficinas públicas se portan tan hostiles con los amigos que llegan de otro país. Parecería que Bolivia fuera el paraíso del mundo, a juzgar por la cantidad de condiciones y multas que se exigen por residir aquí. Hay una cultura de la incertidumbre y el engaño que se está enraizando en el país, pese a las buenas intenciones de los gobernantes, que exigen ejecución presupuestaria y eficiencia en la administración pública, pero basta que un problema te llegue de cerca para sentir vergüenza ajena, recurrir a los amigos que tengas y, aun así, no poder sortear los obstáculos que te ponen para obtener una visa de permanencia.
Recuerdo que hace tiempo mi hijo menor fue a tramitar su pasaporte y le dijeron que su cédula de identidad no servía porque la foto estaba descolorida y poco notoria. En el trámite tendría que hacer cola tras cola, a veces desde la medianoche o la madrugada, para luego volver a enfrentarse con la agente de policía destacada a la sección pasaportes.
Lo acompañé a quejarme a la jefa y ella se extrañó, porque los pasaportes se otorgaban con 24 horas de plazo y la llamó a la funcionaria de identificaciones. Era una señorita con grado de cabo, que dijo muy suelta de cuerpo que para ellas el criterio básico para una cédula de identidad era la fotografía, y entonces tuve que enfrentarme, porque en mis estudios de Criminología y Medicina Legal aprendí que el criterio más importante son las impresiones digitales, pues las fotos se pueden trucar. ¿Dónde había aprendido algo tan errado? Las impresiones coincidían plenamente y la jefa instruyó que el trámite fuera despachado en el día. Pero la señorita cabo no sabía qué obstáculos más inventar para demorar el trámite. No nos dejamos porque a mis 60 años he aprendido a defender mis derechos, pero si mi hijo iba solo, la funcionaria hubiera ratificado la hostilidad con que se trata a los jóvenes y señoritas que no son acompañadas por personas mayores.
Lo mismo me ocurre con mi yerno, que ha venido a Bolivia con el proyecto de abrir un restaurante y lo primero que le ocupa ya dos meses de su estadía son sus documentos migratorios. Día que pasa es día de multa y nos hemos vuelto, o ya lo éramos, fallutos. Los amigos existen a condición de que no les pidas favores, porque entonces se ofenden. Trámites correctos y bien encaminados tardan semanas tan sólo para aumentar el pago de las multas, y los amigos no atienden al teléfono, o peor, prometen intervenir y no lo hacen. Donde vayas ocurre lo mismo: en el mercado, donde al menor descuido te dan tomates podridos. En las fiestas compramos costillas de cerdo. Un exceso de confianza mío y me dieron una lonja de cuero con grasa sin una méndiga costilla, y todavía oliscada. Vas a cambiar dólares y te ofrecen 9 o 10 puntos menos que el cambio oficial, reclamas y se enojan: ¿qué van a ganar entonces? Preguntas el precio de algo y te lo inflan sólo porque te ven extranjero.
No entiendo qué pasa, pero si los bolivianos sufrimos por la cantidad de colas que tenemos que hacer en medio de la mayor incertidumbre y falta de información objetiva, los extranjeros sufren mucho más ¡y sin embargo se quedan!
Igual cosa ocurre con la recepción de alquileres, en la cual los propietarios parecerían eximidos de dar factura tan sólo porque los inquilinos son extranjeros. Y cuando no dan ni siquiera un recibo, cobran dos veces. Pero para quejarse, ay, que los extranjeros son ruidosos, que se van sin avisar, que alquilan pero de ningún modo a extranjeros.
No entiendo qué pasa en el país. Los indicadores macroeconómicos nos muestran como una economía estable y progresista, pero las oficinas públicas tienen un nivel de eficiencia que asusta.
El autor es cronista de la ciudad
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