Cuando hace algo más de una semana se publicó la entrevista que durante muchos días y con la minuciosidad que le es característica preparó con un periodista estadounidense, Fidel Castro logró un efecto mediático notable. Sus palabras causaron revuelo en todo el mundo, excepto en Cuba, donde fueron sistemáticamente censuradas.
Desde ese mismo día comenzaron a proliferar las hipótesis en busca del porqué de tan sorprendentes declaraciones. Hubo desde las que se inclinaban por olvidar la política e indagar incluso problemas correspondientes a la edad, hasta las que aseguraban que, muy lejos de ello, Castro estaba dando una muestra más de lucidez, e incluso hay voces que las consideran obra de genialidad política, al inaugurar con sus palabras el proceso de deconstrucción del socialismo cubano con el mismo ímpetu con que más de 50 años antes inició su construcción.
En cuál de ambos extremos se encuentra la verdad es algo que el tiempo lo dirá. Mientras tanto, si hay algo que está más allá de cualquier interpretación subjetiva o “manipulación mediática”, es que sólo cinco días después de que Fidel Castro sostuviera que “el modelo cubano no funciona ni para nosotros”, se han producido en Cuba dos hechos de lo más significativos.
Uno de ellos estuvo a cargo de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), que anunció el recorte en seis meses de 500.000 empleos estatales de los más de un millón (un 20 por ciento de la fuerza laboral) que el Gobierno prevé eliminar en el próximo futuro para aumentar la productividad. Lo notable no es el anuncio en sí mismo, pues ya había sido hecho hace algún tiempo por Raúl Castro, sino las circunstancias en que fue ratificado.
Casi simultáneamente, y de una manera misteriosa pero que no puede atribuirse a la casualidad, se “deslizó” a la prensa internacional un documento interno, supuestamente muy reservado, que desde hace algún tiempo estaría circulando entre los más altos dirigentes del Partido Comunista Cubano. Se trata de un análisis de 26 páginas en el que con toda minuciosidad se trazan las líneas maestras de lo que será el inicio del proceso de privatización de la economía cubana.
Aunque el documento ha sido objeto de muchas burlas por los jocosos extremos que llega al discernir entre las 124 actividades que podrán ser transferidas a la iniciativa privada --vender agua, por ejemplo-- y las que seguirán perteneciendo a la categoría de actividades delictivas --que esa agua sea para beber en vaso-- lo que parece evidente es que sus autores sí tomaron muy en serio la idea según la cual el modelo cubano no funciona y requiere con urgencia una radical transformación.
Paradójicamente, mientras bajo la conducción de Fidel Castro el pueblo cubano se prepara para dar marcha atrás en el camino que condujo a la destrucción del sector privado de su economía, otros países, entre ellos el nuestro, se empecinan en encaminar su marcha en el rumbo opuesto. Razón más que suficiente para preguntar si las primeras escaseces que padecemos --pollo y cemento, por ejemplo-- no tendrán algo que ver con las mismas fórmulas que durante más de 50 años se aplicaron en Cuba con tan elocuentes resultados.
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