Dos noticias publicadas durante los últimos días por los principales medios de Argentina y Chile, sumándose a las muchas que sobre el mismo tema se publican dando cuenta de los avances de ambos países en la carrera en pos del mercado internacional del litio, han vuelto a recordarnos que ése es un asunto del que los bolivianos estamos rezagándonos peligrosamente.
En Chile, donde no pierden el tiempo, la Cámara de Senadores ha dedicado dos sesiones consecutivas a elaborar una política nacional sobre la industria del litio con el propósito de sacarle el máximo provecho a tan enorme oportunidad. Chile ya es el primer productor mundial de litio y se ha propuesto no sólo conservar ese lugar sino ampliar su ventaja a fin de quedarse con la parte principal del negocio. Para ello, y para facilitar las inversiones extranjeras, los legisladores chilenos se proponen eliminar el actual carácter “estratégico” que le da a este mineral la legislación vigente.
En Argentina, mientras tanto, se ha anunciado que un proyecto integrado por varias universidades y organismos estatales que aglutina a los mejores científicos ha comenzado a dar sus primeros frutos y están a punto de producir en octubre próximo una primera partida de baterías de litio, lo que permitiría a ese país mejorar notablemente las condiciones en que compite por el mercado internacional.
De Bolivia, en cambio, no se sabe nada o casi nada. Y lo poco que sale a luz desde las herméticas esferas donde se maneja el tema, sólo sirve para reafirmar el temor de que estamos a punto de dejar pasar otra enorme oportunidad para proyectarnos al futuro.
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