Lo acontecido en El Vaticano con el Papa Benedicto XVI que ha renunciado a su ministerio aduciendo motivos de salud, ha conmocionado a todo el mundo, a pocas horas de conocerse la inusual noticia, pero lo que sigue ahora, son las reacciones y las opiniones que se vierten dejando muchas interrogantes y seguramente pocas respuestas.
En nuestro medio la Conferencia Episcopal Boliviana (CEB) al referirse a este acontecimiento afirma que acogen con tristeza la valiente decisión de Benedicto XVI de renunciar porque su ministerio ha sido fecundo, pero también destacan el testimonio de su ejemplar decisión. La secuela de las reacciones sin embargo, se suceden a medida que el análisis de la renuncia papal encuentra elementos que van más allá de las propias causas que pueden ser motivos de salud y el cansancio de un Papa aquejado por dolencias.
Los expertos señalan algunos criterios: que la renuncia humaniza una figura que durante siglos ha estado sacralizada, que se trataba de un cargo para elegidos que concluía al pasar al reino de los cielos, que se trata de una revolución de un alcance tan amplio que cambia la percepción de la jerarquía eclesiástica, que era un monarca de por vida y que ya no lo es. Añaden los especialistas, que el Papa era una figura mística, un matrimonio de por vida que se ha desacralizado, que es una nueva forma de interpretar el papado, que da a entender que para ser Papa hoy se debe estar en buenas condiciones para poder viajar, estar en público y moverse, que se trata de un trabajo y no de una misión perenne, que Juan Pablo II llegó hasta el final para hacerse santo, mientras que Benedicto declaró no estar en condiciones físicas. Otros van más allá y sostienen que es el último monarca absoluto y ellos no renuncian.
En realidad existen una serie de interpretaciones, y muchas de ellas coinciden en que es un hecho singular en el seno de la Iglesia católica. Plantean una serie de aspectos que podrían estar fijando un nuevo rumbo para la Iglesia romana, católica, cristiana y apostólica. Un camino que parecía muy lejano, en sentido de que la máxima investidura de alguien considerado el “vicediós” en el mundo terrenal, podía ceder paso, por dimisión a su altísima investidura a un sucesor que sea elegido de acuerdo a los reglamentos y protocolos del Vaticano que tendrían en consecuencia algunas variantes.
La renuncia de un Papa cansado, fatigado y enfermo es ciertamente muy humano y terrenal, pero tal actitud y decisión plantea nuevos rumbos para un ser humano que concentra tanto poder hasta su muerte y tanta figura espiritual. Los expertos observan en este hecho, algo así como el tiempo de la modernidad en el seno de la Iglesia católica. Esto parece innegable más allá del tinte político y social a partir de las complicadas relaciones con el Islam, de los escándalos sexuales que se propuso combatir, de la corrupción y de las intrigas.
La elección del nuevo Papa, fijada para este 28 de febrero, puede marcar el nuevo camino del que se habla para el pontificado de la Iglesia católica, dejando por sentado, eso sí, que el nuevo Papa sea un hombre más joven y que quizá su elección ya no sea de por vida.
De cualquier modo la renuncia de Benedicto XVI probablemente también marque aquello del papel de la Iglesia en el mundo y lo que otros, que afinan más el análisis, sostienen, los problemas de la gobernabilidad de la milenaria Iglesia de Cristo.
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