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jueves, 7 de agosto de 2014

hace bien Oswaldo Pareja traer a consideración conceptos principistas del Humanismo Cristiano y demandar todo el esfuerzo necesario para que las élites cívicas, políticas, empresariales sientan el respeto a la dignidad del ser humano y la instauración del Bien Común.

En la búsqueda de consenso para lograr el desarrollo, corresponde a las instituciones cívicas encauzar un proceso de toma de conciencia de la población buscando transformar mentalidades y costumbres y dando a la estructura social una perspectiva de objetividad y complementariedad. Es este proceso de concientización el que permitirá que todos se interesen y participen en las decisiones referente a su modo de vida y, además, liberarán una emoción : la mística del progreso.

El desarrollo es un aspecto singular del proceso general de cambio y está ligado a una interrelación compleja y enmarañada de factores económicos, sociales, culturales, políticos, tecnológicas, ambientales, ecológicos, etc. Por eso, el desarrollo requiere de una concepción holística y debe reunir determinadas características : El desarrollo debe ser armónico, integral, democrático, participativo, humanista, auto propulsivo y solidario. Siguiendo a J. L. Lebret diremos: “El desarrollo es la serie de pasos, para una población determinada, que permiten el pasaje de unas fase menos humana a una fase más humana, al ritmo más rápido posible, al costo financiero y humano lo menos elevado posible, teniendo en cuenta la solidaridad entre las naciones”. 

Según esta definición, lo más humano es lo que da satisfacción a necesidades auténticas “ser más” antes que “tener más”. Los pasajes de una fase menos humana a una más humana son de tipo muy variado; sin embargo, en cada caso, es necesario detectar las posibilidades y potencialidades de la región, su estructura económica, financiera, cultural y política. El pasaje a lo más humano, además, debe partir del respeto activo a la dignidad de cada persona, debe procurar la instauración eficaz del Bien Común y debe extenderse a “todo el hombre” y a “todos los hombres”.

Es necesario ya, aquí y ahora, abandonar la posición infantil de exigir por exigir, o de encubrir fines sectarios (y en todo caso subalternos), que beneficien a intereses personales o de grupos. Es necesaria, además, la racionalidad y equilibrio al demandar soluciones para los auténticos problemas que afectan a toda la comunidad. Las instituciones cívicas deben crear las condiciones propicias para que los técnicos y funcionarios puedan dedicarse no solo a la tarea de investigar, experimentar y encontrar procedimientos adecuados para atacar los problemas existentes, sino, que las instituciones cívicas deben cumplir una tarea de seguimiento, registrando, analizando y meditando sobre las experiencias pasadas. Deben también dedicarse a la tarea de resumir/ concluir/ revisar/ controlar, a fin de que todo lo que haga sea lo más apropiado y oportuno.

Todos debemos hacer conciencia de que las exigencias que no estén sustentadas en la racionalidad y en la defensa del interés colectivo, el oponerse a todo por consigna, dificulta la consecución de los mismos fines que se dice perseguir. Sabido es que cuanto mayor es la urgencia y tanto menor la deliberación, meditación, concentración, tanto menor será la seguridad de mejorar y progresar, y tanto mayor en consecuencia será la presión.

Para romper este círculo vicioso, es necesario que las élites cívicas, políticas, empresariales, sindicales, sientan profundamente el problema. Es necesario que se dispongan a hacer esfuerzos supremos para viabilizar el diálogo: que no abandonen sus puestos, que acepten o busquen, donde quiera que esté, la ayuda necesaria, Hay que romper, por fin, el terrible círculo generador de insatisfacciones y frustraciones cada vez mayores.

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