Es remota la posibilidad de que en los tiempos actuales se reedite el fenómeno de la inmigración europea a países de América Latina. En el Viejo Continente ya no se dan los factores económico-sociales que empujaban a españoles, ingleses, alemanes e italianos, principalmente, a dejar sus naciones y establecerse en países de este lado del Atlántico.
A consecuencia de los males de la gran depresión mundial de los años 20 y 30 del siglo XX, sobre todo, la referida inmigración alteró la vieja estructura demográfica que heredaran de los tiempos coloniales Argentina, Uruguay, Brasil, Colombia y Venezuela. Clarificó de forma sensible ese café con leche (mestizaje de blanco con indígena o negro africano) que caracterizaba a sus respectivas poblaciones. Este cambio se afirmó ante todo en Argentina y Brasil.
Bolivia, excepción hecha de cierto interregno temporal, estuvo a cubierto del impacto de la migración europea. Durante el auge de la industria de la goma y la minería occidental nos llegaron ingleses, franceses, italianos y alemanes, pero en pequeña cantidad. Eran profesionales contratados para trabajar en las minas o en zonas gomeras de Beni, puntos de partida de su expansión patronímica hacia las principales ciudades del país. Estamos hablando de fines del siglo XIX y comienzos del XX, época en la que también arribaban al país, huyendo del imperio turco que les oprimía y utilizaba como carne de cañón en sus guerras, árabes palestinos, libaneses y de otras nacionalidades, pero sólo a escala de núcleos familiares.
Y nada más. Quedó a salvo la antigua estructura demográfica del país, conservando los rasgos esenciales de sus identidades étnico-culturales: criollos descendientes de hispanos que regían apoyados en el latifundio, que eran los menos; mestizos que atiborraban las capas populares urbanas e indígenas (siervos que por entonces eran la mayoría demográfica).
Los cambios estructurales que se operaron a partir del 9 de abril de 1952 aceleraron la marcha hacia el destino de mestizaje total que le espera al país. La Reforma Agraria de 1953 liberó a los ya llamados ‘campesinos’ del amo latifundista, pero no de la pobreza. Los ahora denominados ‘nativos’ o endógenos pasaron a engrosar en creciente porcentaje la población urbana, desde la cual empieza ya a imprimir tonos cobrizos a la ya menguada ‘leche citadina’ (población criolla).
Nadie parará la migración campo-ciudad ni sus efectos de cambios radicales en identidades étnico-culturales, que son como esponjas absorbentes de valores ajenos. Hasta fines del presente siglo, Bolivia no será la de hoy, sino una congregada en torno a una identidad común, la boliviana, étnica, lingüista y culturalmente afirmada por un aplastante mestizaje en la demografía nacional.
* Abogado y periodista
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