El año que concluye anuncia también sin duda alguna el principio del fin de un Gobierno que se creyó predestinado a gobernar por más de 50 años. Y es que la caída vertiginosa en términos de aceptación ciudadana respecto del Gobierno masista iniciada hace un año exactamente con el conocido “gasolinazo” no se detuvo nunca, sino que viene profundizándose día tras día con la pobre gestión gubernamental. El gran problema que hoy registra Bolivia es la falta de un Gobierno verdaderamente eficiente. Los recursos económicos y financieros existen en abundancia, lo que hace mucha falta son verdaderas políticas de desarrollo en todos los ámbitos de la vida nacional y los hombres adecuados para emprender el desarrollo tan anhelado por millones de bolivianos postergados casi históricamente unas veces por la rapacidad de sus gobernantes, otras por la mediocridad e ineficiencia de estos últimos. Tenemos en frente de nosotros a un Gobierno que conduce la nave del Estado (si es que la conduce) mirando el espejo retrovisor, mas no mira hacia adelante, no advierte los derroteros que hay que emprender.
Anda perdiendo el tiempo en luchar contra los fantasmas del pasado en lugar de enrumbarse hacia el futuro, en lugar de construir país se dedica permanentemente a frenar propuestas emprendedoras, y ocupa su tiempo en rituales propios de sociedades atrasadas, intentado reflejar en el país una especie de sociedad iraní del siglo XVII.
Teniendo en cuenta la presencia de estos factores en la coyuntura política y social por la que atraviesa Bolivia era previsible que la sociedad boliviana reaccione más pronto que tarde y decida frenar el avance masista o más propiamente decida quitarle todo el apoyo que en un momento determinado le brindó ante la ausencia de propuestas alternativas que hagan frente a este proceso que de cambio tiene muy poco.
Despidamos el año que concluye pensando en inaugurar en los próximos días, semanas o meses, un proyecto político alternativo, coherente, pero sobre todo valiente para enfrentar los días venideros en los cuales veremos cómo se aferran al poder los gobernantes de turno, cuando la gran mayoría de los bolivianos los rechaza.
Como siempre, los bolivianos despedimos el año viejo deseándonos mejores días que casi nunca llegan. Esta constatación de que seguimos casi igual debe servirnos como una especie de acicate para en verdad luchar por mejores días a los que tenemos derecho y así construyamos un país sin impostores ni dictadores.
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