Ramiro Calasich G.
La revolución travesti del MAS
12/08/2009 - 00:46:25
Día que pasa, y cada vez con mayor impudor, se hace evidente que la tan publicitada revolución masista no es otra cosa que un dramático y grotesco retorno al pasado, al populismo que malvivió en nuestra historia desde siempre y al insepulto nacionalismo, esta vez exacerbado y disfrazado de indigenismo. Para colmo de males, esta suerte de déjà vu espeluznante y festivo, cuenta con un nuevo condimento: la tendencia hacia un autoritarismo execrable, de nítidos rasgos fascistas, que se incuba a la sombra de un proyecto foráneo que avanza amenazante.
Nuevamente, como ocurrió a lo largo de nuestra historia casi de forma ininterrumpida, asoma el caudillo, premoderno y prefabricado, ávido de poder y aplauso; junto a su corte de penitentes vasallos, dóciles ante el jefe, déspotas y arrogantes cuando miran más abajo; el Estado de Derecho, desfigurado y malherido; los altos mandos amansados, con la subordinación y la constancia hipotecadas; la bandada de cuervos que sigue alimentándose de nuestros ojos y de nuestros bolsillos; y los discursos multifónicos que repiten pero que nunca demuestran.
Como ocurre siempre con los experimentos populistas, de izquierda o de derecha, la nueva joya cuenta con un verdadero tuti fruti político, formado por indigenistas "del siglo XXI", cuyo radicalismo fatuo los muestra más cercanos al nacionalsocialismo que al socialismo; acompañados por los más variados especímenes provenientes de los retazos que dejó la muerte del mundo estalinista, además de progresistas bienintencionados pero con la brújula descarriada, pues, enceguecidos por orgásmicos discursos "antiimperialistas" y por una descomunal campaña propagandística, de cuño fascista, "sin querer queriendo" levantan en hombros un proyecto cada vez más reaccionario; y claro, muy cerca se hallan inefables funcionarios de "solidarias" o nG"s, sin más ambición que conservar cargo y sueldo. Todos ellos uniformados por un fanatismo inflamado, enternecedora beatería que sorprende, por lo menos viniendo de "marxistas", porque obliga a dejar principios para caer bajo el hechizo de un anacrónico encantador de serpientes.
Sin duda, el resultado es una nueva especie, toda una innovación, algo así como una ideología esotérica que intenta mostrarse como una nueva opción revolucionaria nacida para asestar la estocada final al capitalismo "nauseabundo y agonizante"; cuando en realidad se trata de una estafa ideológica, un collage político-folklórico destinado a reeditar, por enésima vez, un régimen populista de aliento nacionalista, ahora a la sombra de un proyecto fascistoide que asoma en diversas regiones de América Latina. Es cierto, asistimos a un canto lúgubre, un tiempo aberrante, una arcaica promesa, una bravata impía.
Dígase lo que se diga, y aunque lo desmienta el spot o las conmovedoras confesiones de marxismo-leninismo, el nacionalismo masista, como cualquier otro nacionalismo, es un proyecto reaccionario que naufraga de espaldas a la historia (derecha). ¡Viva la Revolución Travesti! Que en su seno aniden tendencias de izquierda no implica que su orientación sea esa; no sería la primera vez que la izquierda sirve la mesa para engordar un proyecto reaccionario. Lo peor, la realidad confirma, una vez más (ojalá la última), que los resultados son desastrosos.
No sólo que la incompetencia tiñe la gestión pública, sino que su signo particular, como siempre –hoy como ayer y anteayer-, es la corrupción llevada a límites viles. La administración de las empresas "nacionalizadas", por ejemplo, muestra, otra vez (no aprendemos), que éstas inevitablemente devienen en carroña para la voracidad de la militancia, codiciosa y vacía en convicciones. Peor aún, al igual que los populistas de todos los matices que dilapidaron los bienes nacionales –liberales, nacionalistas y neoliberales-, el nacionalismo masista, arrogante y ardiente al hablar de dignidad y soberanía, ultraja nuevamente los intereses nacionales, por ejemplo, al comprar empresas con deuda incluida (TRANSREDES), al someterse con entusiasmo faldero a un gobierno ajeno (cuyo proyecto nos define como simples peones de existencia prescindible), y al intentar entregar nuestros recursos naturales (SILALA) por unas cuantas medallas, muchos aplausos y algunas otras dádivas que conoceremos con vergüenza, hechos que revelan el retorno de una suerte de melgarejismo pintoresco, ante la benevolente complicidad de los aguerridos movimientos sociales. Por menos, otros gobiernos fueron derrocados o serían llevados a la hoguera en plena plaza Murillo, al calor de los aullidos de la indignación popular. No hay duda, el entreguismo es un fuego que no se apaga.
En resumen, el MAS es uno de tantos en la larga fila de desastres nacionalistas, mientras que el Estado y sus riquezas mantienen su triste papel de despojo a merced de los nuevos predadores.
De esta manera, quienes tienen la esperanza que el socialismo arribará a Bolivia de la mano del masismo, quedarán condenados a una horrible desazón y a un sombrío desconsuelo. Triste destino, anunciar el paraíso mientras se alimenta el caldero del infierno. En rigor, las profundas transformaciones que se profesan, ¡el arribo de la revolución!, no pasan de ser malabarismos retóricos o decretos estrambóticos que al final del día no dejan de ser “pasado en copa nueva”, medidas más estridentes que efectivas, más pintorescas que trascendentes, más hípicas que épicas.
No hay duda, se trata de un gobierno para reír o para llorar, nunca para ser tomado en serio. Así, salen sobrando los espasmos de histeria que muestran sectores conservadores y despistados al clamar por cerrar filas para impedir el paso desgarrador del comunismo masista. ¿Comunismo? ¿Socialismo? Nacionalismo vulgar y silvestre, esta vez desde una perspectiva premoderna y de hinojos ante la tentación fascista.
Lo que sí debe preocuparnos, es que el nacionalismo masista acelera su paso hacia un régimen autoritario, de inocultables rasgos fascistas. No hay duda alguna que, en este instante, el MAS se halla en un peligroso estado larvario de engendro dictatorial, hecho que “acrecienta el horror de la angustia”. No perdamos de vista el tono temerario de los últimos discursos, ni las amenazas de sangre y venganza, menos el desapercibido paso marcial de algunos sectores sociales que mostraron sus dotes bélicas el pasado 7 de agosto, ya que podrían anunciar la presencia descarnada, y popular, del terror disparado desde el Estado.
El hecho que despierta sorpresa, incluso preocupación, es la fidelidad canina que muestran amplios sectores sociales frente al avance de tan anacrónico sueño. ¿Por qué? No por la fuerza de la razón, sino por la razón de una sutil y demoledora fuerza, aquella ejercida a través de una masiva, orquestada y permanente campaña manipulativa que, asentada en las más caras aspiraciones y en los más crasos prejuicios, crea y recrea una realidad hecha a imagen y semejanza de las más humildes esperanzas. Sobre-estimulados, con las emociones y el instinto a flor de piel, y el cerebro sitiado, los más pobres, los siempre manoseados, se lanzan a las calles para librar una batalla tan romántica como inútil, un salto mortal, quien lo diría, a favor del atraso y la pobreza. Queda claro que tener apoyo popular no equivale a caminar al compás de la historia, en algunas ocasiones significa lo contrario. Dicho de otro modo: "Una necedad repetida por 10 millones de bocas, no deja de ser una necedad". Sin duda, la endémica y cruda ignorancia de la ciudadanía ha sido fuente de demagogos de toda laya, aquí y en todo lado, hecho que debería empujarnos a la reflexión, cuando no a la lectura. De todos modos, vale la pena recordar a E. Thaudiere: “Tales electores, tales elegidos, si los segundos son malos, es porque los primeros son peores”.
En este proceso de sometimiento del raciocinio popular, es vergonzosa la complicidad gratificada de dirigentes sociales, quienes no dudaron un instante en apuñalar por la espalda principios tan caros como la independencia sindical, por ejemplo. Su sometimiento se asemeja en mucho a la sumisión que conoció el movimiento sindical frente al nacionalismo barrientista y, sin duda, recuerda el triste papel de los inefables caciques coloniales. Pocas veces se ha visto en nuestra historia un nivel tan crudo de ineptitud, corrupción y sometimiento, con un tozudo y necio apoyo popular. Víctor Hugo tenía razón: “Entre el gobierno que hace mal y el pueblo que le consiente, hay cierta solidaridad vergonzosa”.
Dicho esto, y ante el ultraje cotidiano del sistema democrático y el deterioro impune de la economía, resulta imprescindible que la oposición democrática asuma con seriedad la histórica tarea que la realidad le exige. Sin duda, quienes intentan erigir un proyecto alternativo en torno a su figura, sus méritos o sus promesas, estarán ofreciendo más de lo mismo: populismo recalcitrante, atroz sectarismo, narcisismo incivil, que tan pronto puede revivir el neoliberalismo angurriento como reencarnar, otra vez, el nacionalismo rancio (ambos infaustos); en todo caso, dos modelos probados en la realidad con desastrosas consecuencias, dos iniciativas que enriquecieron –y enriquecen- a unos pocos, dos sueños que terminaron en pesadilla, dos fantasmas que se niega a morir.
Queda clara la necesidad urgente e imprescindible de erigir un proyecto político -¡no una candidatura a secas!-, donde se discursee menos y se piense más, que oriente al país por un sendero democrático y próspero, y que se halle asentado en un sólido programa y una organización partidaria permanente -¡nada de comparsa electoral-, que además, y sobre todo, aglutine a fuerzas políticas y sociales que quieran terminar con esta abyecta pesadilla antediluviana.
No nos equivoquemos. No se trata de elegir al caudillo que tenga mayor apoyo en el último sondeo. No se cura la gripe porcina con la gripe aviar. Se necesita un programa político y una organización, no para ganar las elecciones solamente, sino, y fundamentalmente, para construir un nuevo país, lejos de los espasmos populistas, nacionalistas o neoliberales, que lo único que han logrado es remachar nuestra pobreza, despertar rencores, provocar muertos y cebar el ego de los déspotas de temporada.
ramiro.calasich@gmail.com
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