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viernes, 11 de febrero de 2011

luego de pasar revista a sus acciones Gonzalo Valenzuela se pregunta desde El Deber "se suicida el MAS?

En las elecciones de diciembre de 2009, el MAS aumentó más del 10% su caudal de votos de cuatro años antes y ratificó su primer lugar en la aceptación política del pueblo. Doce meses después de ese acto comicial parece estar dispuesto a despilfarrar esa renovada riqueza electoral y poner en duda la nueva oportunidad de llevar, en 2015, a uno de sus hombres –seguramente otra vez Evo Morales– a Palacio Quemado.
Y no sólo como consecuencia del decreto que puso en entredicho el liderazgo del Presidente respecto a los movimientos sociales, que fue, por cierto, un erróneo y duro golpe para la popularidad del MAS, sino, sobre todo, por las muestras de incapacidad para resolver los problemas que afligen al país. Lo que viene sucediendo con la economía familiar suscita una imagen deteriorada de un régimen que después de cuatro años de evidente crecimiento popular, en los que se privilegió la campaña proselitista, parece que se ha desgastado luego de un año de gobierno en su segundo periodo.
Pero también lo que está debilitando aceleradamente al masismo es la exhibición de sus propios defectos y pasiones. El aumento de acciones hostiles en contra de todos aquéllos que representen a la oposición o de quienes piensan diferente es un claro ejemplo. O los ataques permanentes de la dirigencia masista en contra de la Iglesia católica y de la prensa.
En escasos 12 meses, el MAS parece haber logrado que el humor de la civilidad –incluida en ella a un buen porcentaje de la ciudadanía masista– vaya pasando de un estado de satisfacción por el hecho de que un indígena hubiera llegado, con todo derecho, a la Presidencia, a otro de desconfianza y recelo. Desde donde es fácil, dicho sea de paso, avanzar hacia una etapa de militante rechazo a los excesos –reales o exagerados– del masismo, tal como ha ocurrido en otras ocasiones cuando algún partido gobernante intentó abusar del poder.
Todo esto configura una situación que, sin duda alguna, debe preocupar a la dirigencia del partido populista, cuya tendencia autodestructiva parece que se agudiza y que, aún reconociendo el muy importante apoyo popular que seguramente sigue teniendo, como van las cosas, parece inevitable. La aplastante victoria electoral del MAS en diciembre de 2009 parece que está declinando, tenemos los ejemplos de lo que sucedió en La Paz y Oruro en los comicios para gobernadores y alcaldes y lo sucedido en Potosí, en septiembre pasado.
Claro que hay un aspecto que calma las agitadas aguas del masismo, y es la debilidad de una desorientada oposición que, si no cambia de actitud, será poco probable que pueda engrosar su caudal de votantes con las evidentes desilusionadas columnas de seguidores del actual Gobierno.
La única manera de evitar que el masismo siga deslizándose por la pendiente del suicidio es, según parece, que decida gobernar democráticamente, donde la disciplina del conjunto frene los arrestos de sus alas más intemperantes. Algo que, por el momento, no ha merecido la bendición de Evo Morales, sino más bien su desdén.

* Periodista


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