El solo anuncio de la enfermedad de Hugo Chávez ya fue noticia y terremoto. No entro a las especulaciones médicas, silencios raros y festejos o llantos prematuros: me interesa el hecho político. Y ese interés no es menor porque localiza la verdadera enfermedad de los caudillos: no tienen sucesor.
En los sistemas de caudillo, a diferencia de los sistemas democráticos modernos, no existe una institucionalidad conformada, por la sencilla razón de que la única referencia real de poder es el propio caudillo. Cuando éste manifiesta algún síntoma de debilidad y se teme por su desaparición, se desatan todas las fuerzas que han estado agazapadas esperando ese momento. Es cuando el caudillo sabe quiénes lo estaban esperando detrás de la puerta.
La sucesión del caudillo siempre es una transición, no un hecho de la normalidad constitucional ¿Quién sabía algo sobre el Vicepresidente de Venezuela? Elías Jaua es un ilustre desconocido. Y es lógico porque en ese tipo de regímenes --pienso, obviamente, en Bolivia-- nadie tiene un peso político propio. Lo que valen los que rodean al caudillo es sólo el valor que el caudillo les da: sin él no son nada.
Y es que la personalidad de estos señores es complicada. Tomo conceptos del Dr. Jerónimo Saiz, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría hablando de la mente autoritaria: “sufre una hipertrofia en el uso del yo, un narcisismo extremo, es egocéntrico, megalómano, tiene una baja tolerancia a la crítica y una ausencia total de autocrítica. Están convencidas de que son personas singulares, que se creen que tienen un peso histórico y que su juicio es inmejorable, aunque caiga en la arbitrariedad”.
En el caso de Chávez es peor porque lo que le suceda no incide sólo en Venezuela. Los más preocupados son los cubanos (Carlos Alberto Montaner se ocupó brillantemente del tema) que, ante cualquier cambio político en Caracas podrían verse privados de la muleta que todavía les permite caminar y, al parecer, podrían estar marrullando salidas no electorales, pensando en Adán Chávez (hermano de Hugo) como solución ¡Tendríamos un Adán en Venezuela y un Evo en Bolivia! Por lo demás, lo de la sucesión fraterna es muy cubana y ya la estaba aprendiendo el hermano de Ollanta Humala jugando a prematuro canciller de un gobierno que todavía no es tal. Se ve que Ollanta no tuvo tiempo de informar a su familia sobre su cambio de rumbo.
Desde luego, en Bolivia se sentirían las réplicas del temblor, dado que la relación Evo-Chávez ha sido privilegiada, decisiva como ejemplo para el caudillo boliviano, y, sin duda, Chávez siempre ha considerado a Bolivia como parte de su territorio y de su política hasta llegar al extremo de haber preparado, en 2008, una intervención militar “en defensa del compañero Evo”. Obviamente, sin contar con la cantidad de cheques entregados, recibidos y distribuidos, como si fueran de su bolsillo particular. De hecho, los caudillos suelen pensar que sus países son sus haciendas y no es extraño que actúen con mentalidad de hacendados.
Chávez está preocupado porque sabe que su verdadera enfermedad es la de todos los caudillos: no tienen sucesor. Desde luego, es uno de los elementos que los vuelve más desconfiados: saben que cada uno de los que los rodea, cada uno de los que les echan incienso, es alguien que está esperando con atención y con impaciencia lo que se conoce como el último suspiro. Y el caudillo, que cree que es invulnerable y eterno, está condenado a vivir entre aquellos que saben que es sencillamente mortal…
El autor es analista político
El autor es analista político
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