Bolivia tiende a repetir su historia con demasiada frecuencia. La denominada “Guerra del Gas”, fue en cierta forma una repetición de la Guerra del Chaco, que en los años 30 del siglo pasado enfrentó a bolivianos y paraguayos influenciados por dos empresas petroleras que se disputaban los ricos yacimientos que supuestamente había en el territorio que nos arrebató Paraguay. En el 2003, nuestro país enfrentaba la encrucijada de compartir su gas entre los brasileños y los chilenos (Argentina nos compraba muy poco) y en medio había dos empresas que jalaban cada una para su lado. Como sabemos, ganó Brasil, país que con Lula y con Marco Aurelio García fue el gran artífice de lo ocurrido hace diez años, aunque eso no salvó a Petrobras de la nacionalización que impuso el nuevo régimen.
En castigo por la “ingratitud”, Brasil no solo fue uno de los promotores de la sequía de inversiones en el área de hidrocarburos de Bolivia, sino que además, ha venido reiterando que compra el gas boliviano simplemente por lástima, porque ellos aseguran haber alcanzado la autosuficiencia. En esa lógica, la renovación del contrato de compra-venta que vence el 2019 no estaría totalmente asegurada y en el mejor de los casos seguiremos bombeando el gas pero a un precio mucho menos favorable.
El analista Humberto Vacaflor suele llamar “La Salvadora” a la petrolera española Repsol, pues es la que más ha estado invirtiendo en Bolivia, sobre todo para asegurar los mercados de exportación, con énfasis en Argentina, pues del brasileño se ocupa su colega y socia Petrobras. Todo esto no ha sido gratis, pues la compañía europea se ha estado beneficiando de grandes ventajas creadas por el Estado Plurinacional con el objetivo de estimular las inversiones.
El hecho es que gracias a Repsol, la producción de gas de Bolivia se ha incrementado en diez millones de metros cúbicos por día en un solo año y en este momento alcanza los 57 millones. En este momento, esta empresa controla más del 50 por ciento de la explotación nacional ya sea de forma independiente o asociada a la nacionalizada YPFB-Andina.
Repsol es una de las empresas que controla Margarita, el megacampo que en el 2003 se convirtió en el ojo de la tormenta, pues de ahí debía salir el gas para exportar a Chile. Esta empresa era la principal promotora del negocio, mientras que los brasileños siempre han defendido la idea de que ellos son los dueños del gas boliviano y que deben ser los primeros en aprovecharlo. El tema también tiene muchísimas connotaciones geopolíticas concentradas en el eje Chile-Brasil.
Si Repsol sigue ganando terreno en la industria gasífera boliviana, no solo aumentará la producción sino que tarde o temprano se sentirá con la tentación de retomar el negocio que resultó truncado en el 2003 por influencias de los actores políticos que conducen el actual Gobierno. El proyecto resultaría beneficioso para Bolivia pues con ello se convertiría de nuevo en el país con mayor potencial para ser eje de distribución de gas del Cono Sur; sin embargo, no cabe duda que también volveríamos al mismo escenario y a la misma encrucijada que se volvió tan conflictiva en la década anterior, con Brasil como azuzador de los nacionalismos extremos que pronunciaron aquella arenga tristemente célebre “ni una molécula de gas para Chile”.
En castigo por la “ingratitud”, Brasil no solo fue uno de los promotores de la sequía de inversiones en el área de hidrocarburos de Bolivia, sino que además, ha venido reiterando que compra el gas boliviano simplemente por lástima, porque ellos aseguran haber alcanzado la autosuficiencia. En esa lógica, la renovación del contrato de compra-venta que vence el 2019 no estaría totalmente asegurada y en el mejor de los casos seguiremos bombeando el gas pero a un precio mucho menos favorable.
El analista Humberto Vacaflor suele llamar “La Salvadora” a la petrolera española Repsol, pues es la que más ha estado invirtiendo en Bolivia, sobre todo para asegurar los mercados de exportación, con énfasis en Argentina, pues del brasileño se ocupa su colega y socia Petrobras. Todo esto no ha sido gratis, pues la compañía europea se ha estado beneficiando de grandes ventajas creadas por el Estado Plurinacional con el objetivo de estimular las inversiones.
El hecho es que gracias a Repsol, la producción de gas de Bolivia se ha incrementado en diez millones de metros cúbicos por día en un solo año y en este momento alcanza los 57 millones. En este momento, esta empresa controla más del 50 por ciento de la explotación nacional ya sea de forma independiente o asociada a la nacionalizada YPFB-Andina.
Repsol es una de las empresas que controla Margarita, el megacampo que en el 2003 se convirtió en el ojo de la tormenta, pues de ahí debía salir el gas para exportar a Chile. Esta empresa era la principal promotora del negocio, mientras que los brasileños siempre han defendido la idea de que ellos son los dueños del gas boliviano y que deben ser los primeros en aprovecharlo. El tema también tiene muchísimas connotaciones geopolíticas concentradas en el eje Chile-Brasil.
Si Repsol sigue ganando terreno en la industria gasífera boliviana, no solo aumentará la producción sino que tarde o temprano se sentirá con la tentación de retomar el negocio que resultó truncado en el 2003 por influencias de los actores políticos que conducen el actual Gobierno. El proyecto resultaría beneficioso para Bolivia pues con ello se convertiría de nuevo en el país con mayor potencial para ser eje de distribución de gas del Cono Sur; sin embargo, no cabe duda que también volveríamos al mismo escenario y a la misma encrucijada que se volvió tan conflictiva en la década anterior, con Brasil como azuzador de los nacionalismos extremos que pronunciaron aquella arenga tristemente célebre “ni una molécula de gas para Chile”.
Si Repsol sigue ganando terreno en la industria gasífera boliviana, no solo aumentará la producción sino que tarde o temprano se sentirá con la tentación de retomar el negocio que resultó truncado en el 2003 por influencias de los actores políticos que conducen el actual Gobierno.
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