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sábado, 28 de junio de 2014

Ramón Rocha titulado "Cronista de Cochabamba"sale por los fueros en procura de criterios más humanos y de real progreso urbano, que no son tomados en cuenta, en perjuicio del hábitat, los asentamientos ilegales en los cerros circundantes, en fin repasa los daños que afectan a nuestra querida llajta.

Mientras la ciudad crece verticalmente, los parques escasos que quedan son el único espacio en el cual los animales domésticos encerrados en esos edificios pueden depositar sus desechos sólidos. Esto ocurre no solamente en Cochabamba.
En La Paz, barrios como Alto Obrajes están infestados de perros bravos, que de noche son paseados por sus amos por sus estrechas aceras para depositar estos desechos; de modo que hay que tener cuidado si uno tiene la desgracia de ser peatón, para sortear los soretes sembrados con abundancia en esas aceras.
En Cochabamba, es un peligro ser peatón y caminar por la mayor parte de las aceras, que tienen irregularidades y están increíblemente maltrechas. Si uno pasea un cochecito de bebé se da cuenta de que es imposible hacerlo por la cantidad de huecos y de irregularidades que hay en las precarias aceras. En cambio, se privilegia la pavimentación rígida o blanda de las calzadas y la construcción de distribuidores que no se adecúan al crecimiento de la ciudad, sino que la ciudad tiene que adecuarse a ellos, tal como ocurrió con el Distribuidor Cobija, que ha complicado hasta el absurdo el tráfico de automotores en la ciudad.
Es un hecho que el municipio de Quillacollo, por ejemplo, ha declarado urbana toda el área de su influencia, y con ello ha anulado espacios destinados a la agricultura, además de fomentar el loteamiento de predios extensos con lotes diminutos que servirán para construcciones urbanas de emergencia.
Estamos construyendo del modo más irracional el hábitat en el cual sufrimos hoy y sufrirán nuestros hijos y nietos. El ser humano interviene sobre la naturaleza en función de sus necesidades de vivienda, alimentación y otras, por eso es artífice de su propio hábitat, es decir, del medio en el cual ha de vivir. El ser humano aprende a conocer y a transformar cuanto le rodea y entonces se transforma a sí mismo, pues sus conocimientos adquiridos los aplicará tanto a su hábitat como a sí mismo. El ser humano responde no sólo al espacio, sino al tiempo, a la historia, y es sensible a las contradicciones que se producen constantemente en ella. La contradicción en arquitectura se manifiesta como segregación espacial y varía según el tiempo. El hábitat boliviano ha sido formado históricamente de acuerdo a los intereses de la clase dominante. Si en el mundo colonial y en las primeras décadas republicanas, estos intereses se centraban en el occidente del país y en la minería, todo el diseño del hábitat boliviano se dio en función de estos intereses. Así el occidente desarrolló ciudades como Potosí, Sucre, Oruro y La Paz, mientras el oriente boliviano quedaba sujeto a su suerte. La economía cochabambina fue en todo momento subsidiaria de la producción minera de estos distritos; por eso en todas las épocas hubo aquí expulsión de fuerza de trabajo pero también producción de alimentos: trigo para los españoles y maíz para los indios, y esto determinó la vocación de los cochabambinos por el comercio destinado al mercado interno.
En Cochabamba son muy visibles los procesos de segmentación espacial que afectan el hábitat en este caso de la ciudad. El río Rocha, por ejemplo, atraviesa el centro urbano de este a oeste y, sin embargo, no es un espacio de encuentro sino de separación entre dos mundos contrapuestos: Se lo cruza de norte a sur y se está en el centro de trabajo; de sur a norte y se ha regresado al domicilio; pero nadie se queda en el lecho del río ni le interesa qué sucede en él. Las aguas servidas contaminan este lecho, que es también refugio de personas expulsadas del aparato productivo y con serios vicios que afectan su integridad intelectual y moral; pero eso no nos interesa porque el río y sus puentes son territorios de paso. Hay muchas tesis arquitectónicas de intervención en el lecho del río, que las autoridades no toman en cuenta, así como inciden en el estudio de barrios periféricos, donde se asienta la migración regional y la migración interna de habitantes pobres que se dedican al comercio menudo y están dibujando a su modo la conformación de la ciudad como un espacio de comercio menudo y de sobrevivencia, con el efecto consecuente en el asentamiento ilegal de viviendas que están copando los cerros, a lo cual hay que añadir la influencia creciente de los loteadores que tienen un norte en la cota 3.750 para elevar la toma de predios urbanos y construir nuevos barrios pobres.

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