Los voceros del Gobierno dicen que las contramarchas organizadas para confrontar a los indígenas del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis) no serán violentas y solo han sido convocadas para cerrar la campaña de las elecciones del domingo 16.
Quienes dan esas explicaciones olvidan, en primer lugar, que está prohibido hacer manifestaciones públicas, a favor o en contra, sobre los comicios de confirmación de los candidatos oficiales a cargos judiciales.
Pero lo más preocupante es que esos voceros, y quienes están a cargo de estas contramarchas, olvidan que es imposible controlar a las multitudes, en Bolivia y en cualquier parte del mundo.
La brutal represión aplicada por policías y grupos aún no identificados es otra demostración de que no se puede controlar a las masas, ni siquiera si son uniformadas.
La llegada a la ciudad de La Paz, hace una semana, de un pelotón de “ponchos rojos” de Achacachi fue una advertencia a las autoridades, pues ni los integrantes del grupo de acción paramilitar pudieron controlarse, ni mucho menos el público que los insultaba.
Los habitantes de Caranavi, deseosos de dar una calurosa bienvenida a los indígenas de la marcha, tampoco pudieron contener sus nervios cuando apareció en los festejos un agente del Gobierno.
Es probable que las autoridades gubernamentales hubieran pensado que los indígenas de la marcha serían amedrentados por los grupos de choque que se anunciaron en forma de bloqueadores de la carretera, pero está claro que los marchistas no se amedrentan con nada.
Cuando se ve amenazado el hábitat de las personas, como es el caso del proyecto de destruir el parque con una carretera que lo recorra de manera longitudinal, esas personas solo pueden protestar. Lo mismo haría una persona a la que se le amenazara con incendiarle la única casa que tiene.
Por lo demás, los cocaleros de Yungas de La Paz tienen motivos para simpatizar con los indígenas que se ven amenazados por los cocaleros de Chapare. No se descarta que muchos jóvenes de esa región paceña se vayan sumando a la marcha de los indígenas de tierras bajas.
El debate sobre este tema cubre ahora todo el país, con una abrumadora mayoría que simpatiza con los indígenas marchistas. Tampoco habría que descartar, por lo tanto, que sigan llegando nuevos escuadrones de ciudadanos que quieren apoyar la marcha.
Del otro lado, tampoco habría que descartar que los grupos alentados por el Gobierno reciban el apoyo de masivas organizaciones sociales.
Por todo ello es posible advertir que el país está en vísperas de un momento muy tenso que fácilmente puede desembocar en hechos de violencia que nadie desea.
En estas páginas se ha mencionado la única solución de este caso: que el presidente Evo Morales encuentre a la marcha y llegue a acuerdos.
Lo contrario es apostar por el desastre. Mirar cómo dos ejércitos de simpatizantes de corrientes contrarias van hacia el encuentro, o el choque, tiene que preocupar al Gobierno.
Corresponde ahora que el jefe de Estado olvide la soberbia o el orgullo y vaya a dar un abrazo a la marcha, pero antes deberá pedir a sus colaboradores que desistan de organizar las contramarchas. El país entero aplaudiría estas dos decisiones.
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