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viernes, 14 de octubre de 2011

Winston Estremadoiro repinta el cuadro del TIPNIS territorio privilegiado que cuenta con miles de especies, miles de planta, rios caudalosos, maderas variadas y el ningún interés de Evo por conservar esas joyas de la naturaleza. viva la rebelión ecológica!


Adviertan los culebreos del régimen respecto a los eventos de la marcha indígena en contra de la construcción de una carretera que empalaría la selva más hermosa del mundo, según el sabio D’Orbigny. No son ninguna ronda de “a la viborita chis, chis, chis/ pica, pica, pica tu nariz” en el Palacio Quemado, aunque se le parezcan y se aclare, como en las películas, que cualquier semejanza es pura coincidencia.
Como en tarascones que países vecinos han mordido a la despoblada y andinocéntrica Bolivia, se hace valer el “uti possidetis de facto” de los cocaleros en desmedro de la reserva natural, prueba de que en 20 años los avasalladores se morfarían la mayor parte. En el llamado “polígono”, que más parece la punta roma de un supositorio, los cocaleros han copado las tierras contiguas a la futura carretera. 
No soy de los últimos en meter la cuchara en la olla del Tipnis. Cuando en 2001 incursioné en el terreno minado de columnista, mi tercera saeta semanal, “Sentar soberanía en el Isiboro-Sécure”, rebatía los clarinazos del gobierno de entonces, de los mineros relocalizados metamorfoseados en cocaleros y de los ganaderos benianos, reclamando “sentar soberanía” en desmedro de los indígenas yuracarés, mojeños, yuquis y chimanes, que también son bolivianos, maldita sea. Apuntaba que científicos de fama mundial se referían al Tipnis como “un verdadero laboratorio viviente de especiación de la flora y la fauna, donde la naturaleza”  –díganle Dios, Pachamama, Madre Tierra o lo que quieran–  “sigue creando nuevas formas de vida, aquellas que en el futuro pueden ayudarnos a curar los males del mundo”.     
Una década más tarde soy más viejo y escéptico que nunca, no sé si por sacudir la conciencia de los más jóvenes o por tocar a rebato llamando la atención del mundo sobre el crimen ecológico en ciernes. Me impele Thomas L. Friedman, galardonado columnista del New York Times y su libro “Caliente, plana y abarrotada”. Se refiere a una Madre Tierra aquejada de un catastrófico calentamiento global, en gran parte producto de la insensatez humana; a un globo terráqueo hecho plano por innovaciones en comunicaciones; a un planeta donde las necesidades básicas de la gente van paralelas a una población siempre en ascenso, que llevarán al colapso energético.
Según Friedman, “la convergencia de calentamiento, aplanamiento y abarrotamiento globales”, resulta en “cinco grandes problemas: la oferta y la demanda de energía, las petrodictaduras, el cambio climático, la pobreza energética y la pérdida de biodiversidad”. Unas más que otras, son pertinentes al problema del Tipnis.
En el último lustro se ha retrocedido en las reservas de gas natural, después de presumir de ser el nodo energético del cono sur.
Importan diesel para la agropecuaria torpedeada de Santa Cruz y gasolina para carros usados, matuteados y legalizados por electoreros del Gobierno. Claman falso pachamamismo en vez de uncir el carretón boliviano al fórmula uno de Brasil en las hidroeléctricas del río Madera.
El país va camino a una petrodictadura, aunque sea por imitar como macacos la del padrino venezolano. ¿Acaso el mandamás resuelve la crisis del Tipnis acatando su Constitución, o cumpliendo a la letra lo que pregona en foros extranjeros su blablá medioambientalista?
El Gobierno espumea atribuyendo el calentamiento global a las industrias y vehículos capitalistas, pero de un plumazo legaliza cien mil carros chutos. Da la espalda al hecho de que la deforestación, como la que empeorará con la carretera maldita, “es responsable de más CO2 que todos los coches, camiones, aviones, barcos y trenes del mundo”: un 20 por ciento del total de las emisiones culpables del cambio climático.
¿No es sintomático de la pobreza energética, que se alisten velas y lampiones para cortes de luz intempestivos que arruinan industrias y electrodomésticos? En los centros urbanos puede que la gente haya mejorado del anafre a la garrafa de gas, pero por la ineficiencia estatal está lejos del gas domiciliario. ¿Cuántas bolivianas siguen basureando monte o desnudando altiplano de magros matorrales para cocinar a leña?   
La biodiversidad es quizá lo más importante que se pierde con la miope política desarrollista de atravesar el Tipnis con una carretera. Parece estribillo de una canción, pero: ¿a quién le importa que Bolivia sea uno de 15 países megadiversos, con sólo 0,2 por ciento de la superficie terráquea? Quizá a cinco guías del maravilloso acervo que nos dio la naturaleza. ¿A quién le importa la excepcional variedad de flora y fauna del Tipnis? Pues al niño yuqui salvado de la tisis, que ojalá sea un científico de adulto y descubra la cura del cáncer. ¿A quién le importa el destino de mil especies de vertebrados del Tipnis? Tal vez a los boliches de Chimoré que sirven carne de monte. ¿A quién le importa el biólogo que señala la relación entre un almendrillo de 100 años, el murciélago que hace caer sus frutos, y el “jochi” hacedor de árboles que hociquea semillas y las esconde a germinar en huecos térreos, como el perro entierra sus huesos? Quizá al cocalero que lo venderá a un tronquero y tendrá para su chicha. 
Los indígenas del Tipnis pueden estar señalando el camino de una alternativa de vida que rescate al mundo de la borrachera depredadora de la Madre Tierra. La batalla nuestra es resistir la carretera y la invasión cocalera de áreas protegidas. El futuro de millones –nuestros nietos de por medio– depende de nuestro compromiso.

El autor es antropólogo
www.winstonestremadoiro.com
winstonest@yahoo.com.mx

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