Venezuela está tomando la posta que le deja Colombia en el sucio negocio de la droga, que, lamentablemente, involucra a Bolivia cada vez con más incidencia, por su condición de productor de hoja de coca y cocaína. Poco parece importarles a los gobernantes “populistas” las consecuencias de su permisividad ante una actividad que se incrusta en todos los niveles de las sociedades, dejando su secuela de corrupción, delincuencia y muerte.
De nada sirve la vivencia de Colombia que tras medio siglo está saliendo de una guerra revolucionaria fraticida, apoyada, según palabra de un ex Presidente de ese país, “en el negocio de mayor peligrosidad y efectos transnacionales conocidos: la droga”. La fatal combinación ha dejado miles de muertos y pérdidas económicas que han postergado por años el desarrollo de esa nación.
En vías de ser derrotadas por el Ejército colombiano, las FARC se están replegando a territorio venezolano, donde encuentran un santuario, no para su lucha revolucionaria, sino para desarrollar libremente su floreciente “industria”. Hasta el momento ha logrado cuadruplicar la magnitud del negocio en Venezuela, convirtiendo al país caribeño en el “principal centro de distribución” de droga en el Hemisferio, con envíos al resto de América Latina, Europa y Africa.
La imputación de “narcoestado” o Estado “narcocriminal” pesa ahora sobre el régimen chavista y las consecuencias ya se hace sentir de manera alarmante sobre la población: en Venezuela, el año 2008, se cometieron 52 asesinatos por cada cien mil habitantes, con un total de 14.600 homicidios.
Es a esta clase de riesgos que se expone a los bolivianos, con un régimen que, a título de “afinidad ideológica”, se está convirtiendo en cómplice en el sucio negocio de la droga. No en vano, el “comandante” Chávez defiende a brazo partido la producción de coca en Bolivia.
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