Las escenas de violencia física contra un conscripto que han sido transmitidas por televisión la semana pasada son no sólo una de las más grandes vergüenzas de las Fuerzas Armadas bolivianas, vergüenza internacional dicho sea de paso –yo he visto las imágenes retransmitidas por un canal peruano–, sino una llamada de atención a una modalidad que no tiene nada de nuevo y que ha sido denunciada en múltiples ocasiones a lo largo de los años.
Más allá de castigar a los culpables de esos actos de lesa humanidad –dicho sea de paso, todavía queda por averiguar si se trataba de una mera tortura, de una “instrucción” o de un macabro juego–, lo importante es ir al fondo del problema.
Lo primero es cuestionarse seriamente si el servicio militar obligatorio es necesario o no. Pese a las declaraciones del presidente Evo sobre una posible invasión norteamericana, la cual sólo está en su cabeza, lo cierto es que Bolivia no necesita de un servicio militar, o sea de instruir a sus jóvenes para defender militarmente a la patria porque no tiene enemigos que pudieran atacarla, y si los tuviera, no tiene la menor oportunidad de poder defenderse, de hecho, la mejor estrategia para defender a Bolivia de una agresión externa sería no teniendo Fuerzas Armadas.
Pero el tema va más allá, si hay algo que podría identificarse como una nefasta herencia colonial (independientemente de que se trate de una institución republicana), eso es el servicio militar, que es una especie de continuación del pongueaje y aún de la mita. El prestigio que conlleva en el campo el hacer el servicio militar tiene que ver con la obligatoriedad de cumplir con la mita colonial que implicaba que las comunidades se sentían garantizadas y protegidas por la corona, porque estas hacían su parte del trato.
Peor aún cabe preguntarse cuál ha sido a lo largo de algo más de un siglo, desde que hay servicio militar obligatorio, el rol de esta institución en la construcción de una sociedad machista, misógina, abusiva con los más débiles y racista.
Una de las grandes fallas de la Asamblea Constituyente ha sido obviar el tema del servicio militar obligatorio. Pero aclaremos, contrariamente a lo que se cree, para abolir el servicio militar obligatorio no se necesita cambiar ese bodrio que tenemos por ley marco, basta con cambiar la normativa del servicio. Por ejemplo, que éste se limite a asistir por un día a los cuarteles para recibir una somera información sobre lo que es el mundo militar y que el servicio militar lo haga sólo el que quiera hacerlo. Por lo demás, lo que sí sería una idea de cambio es que se sustituya esa estúpida práctica por un servicio civil, por un servicio que hagan los jóvenes asistiendo a ancianos, a niños, a enfermos y en las labores que tanta falta hacen en nuestra sociedad.
Tal vez esas horrendas escenas filmadas pongan finalmente sobre el tapete un tema que no debe ser soslayado. ¿Se atreverá el Gobierno a dejar de ser tan asquerosamente conservador?
El autor es periodista independiente
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