La madrugada de este miércoles en Copiapó fue la más hermosa de su vida. Verónica Quispe cruzó los dedos hasta que vio al héroe de su vida, al padre de su hija Emily y al minero más famoso de Bolivia. Carlos Mamani volvió a ver las estrellas a las 2:08 (hora boliviana) y después de abandonar la cápsula Fénix 2 se arrojó al suelo chileno, se arrodilló, levantó los brazos y armó la fiesta entre los 35 compatriotas que llegaron para verlo surgir a la vida y los millones que lo veían a través de las cámaras en todo el mundo.
Verónica Quispe, a las 2:11 se le lanzó al cuello y le dio el beso y el abrazo que dijo que le había prometido en sus tantas cartas que se escribieron durante gran parte de los 70 días del encierro. El presidente Sebastián Piñera le dio un abrazo y le dijo: “Bienvenido a la superficie, a la vida”.
El ascenso de Mamani duró 16 minutos, fue uno de los más cortos del grupo de cuatro que salieron en el primer grupo.
Mientras el minero boliviano subía, el presidente chileno y Verónica Quispe lo aguardaban con una bandera rojo, amarillo y verde en las manos. Él le conversaba y ella reía y miraba al cielo. El casco blanco le impedía lucir su cabello enlaciado, pero se le veía el tono azul de sus párpados con el que se había maquillado. “Para su marido uno tiene que ponerse linda”, dijo antes de subir a la bocamina.
llegaron hasta Copiapó para verlo ascender a la nueva vida. Incluso, cuando Carlos se preparaba para meterse en la cápsula de su salvación terminaban de llegar en bus un grupo de primos a la estación local y como la ruta a la mina estaba cerrada se resignaron en verlo a través de la televisión. Pero después se fueron hasta el hospital para esperarlo allí.
Si Verónica derramó unas lágrimas, también lo hicieron los que estaban en el campamento La Esperanza. Johnny Gabriel fue uno de los que llegó de La Paz en horas de la tarde y trajo con una bandera de dos metros que hizo flamear durante los 16 minutos que duró el ascenso de Mamani.
El festejo que se produjo en esa carpa boliviana bien podía confundirse con una clasificación a un mundial de fútbol o al orgullo de haber conquistado el espacio. Pero para los Mamani fue más que eso. Fue la resurrección de su ser querido, la culminación de un milagro que después del 5 de agosto, cuando se produjo el derrumbe en la mina San José ubicada en el desierto de Atacama, a 50 km de Copiapó, parecía apenas un sueño.
Verónica se puso bonita, pero tuvo que ocultar su chaquetita bien planchada con una chamarra café claro para protegerse del frío que en la madrugada acostumbra morder, pero que ahora ni se lo sentía. Pero a ella igual se la veía radiante, con sus labios rojos y su cabello alisado. Pero sobretodo, tenía una sonrisa perpetua que la había extraviado en sus peores días de agosto cuando no sabía si su esposo estaba vivo o muerto.
También estuvieron presentes los suegros de Carlos, y por supuesto, Emily, su hija de un año y cinco meses. Abajo, en la carpa boliviana, los otros familiares miraban el rescate de Carlos a través de una pantalla gigante y hacían flamear la bandera. Ellos estaban juntitos, apretados en esos dos metros por dos que tiene ese toldo. “Hace frío”, decía alguno, pero se frotaba las manos y luego lloraba. “Valió la pena venir desde La Paz. Esto es histórico. Mi primo es un héroe”, decía Jhonny Gabriel.
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