Al decir de varios pensadores, el coraje es la rueda matriz de la historia, la fuerza impulsora de todo progreso.Ese coraje es el que impulsa a los pueblos desde el pasado hacia el futuro. La historia de occidente es la historia de la lucha perenne para mantener la vida propia de los pueblos europeos frente a la constante amenaza del este que cada tanto -desde las épocas de las tribus germanas primero, luego de Atila y después los mongoles- los acechaba poniendo en jaque su propia existencia. El bárbaro germano al final se transformó –con sus extensas migraciones a lo largo del continente- en el abanderado del mundo cristiano occidental, naciendo así el esquema romano-germánico que configuró la Europa actual, con las naturales diferencias de zona en zona, de región en región. Mientras y a su vez, los eslavos en Rusia fueron herederos de Bizancio, el imperio romano asentado en Constantinopla, luego llamada Estambul tras la toma de los turcos en 1453. Se crearon así dos Europas diferentes, la oriental y la occidental, pero ambas cristianas y siempre sobre la base del legado de la antigua Roma.
Europa -como afirma el gran geógrafo inglés Sir Halford Mackinder- fue el resultado de una lucha constante contra el invasor proveniente del oriente. Allí los europeos se forjaron en su pugna constante frente a quien pretendía tomar sus tierras y cambiarles su vida. Turcos y árabes lograron ocupar por siglos partes importantes de Europa -Balcanes y península ibérica- pero esa ocupación sirvió también para forjar pueblos con coraje por su lucha constante para liberarse hasta lograr la expulsión de sarracenos y otomanos. Y sin coraje para la lucha, no hay capacidad posible de superación ni de liberación, ni en el pasado, ni ahora, ni en el futuro. El coraje surge de la forzada tribulación y si no surge, la cobardía o la apatía –por natural contrapartida- hundirán para siempre a quienes no fueron capaces de asumir una respuesta positiva.
La clave de todo está en la fortaleza, en ese coraje con capacidad de resistir y de afrontar los desafíos. Es por eso que el historiador Arnold Toynbee ponía como premisa esencial del desarrollo y persistencia de las civilizaciones el factor respuesta: la capacidad de responder adecuadamente a un desafío y sortear exitosamente el obstáculo que se presentaba. La vida común de los pueblos, aun en este avanzado Siglo XXI, no es tan diferente a la del pasado. Seguimos enfrentando desafíos, tenemos siempre que luchar, inclusive a veces hasta para superar carencias propias o de naturaleza estructural. En lo colectivo, los pueblos que enfrentan problemas, los superan y salen adelante, son los verdaderos triunfadores. Los desafíos generan tribulaciones, muchas veces sufrimientos inenarrables. Todo ello forja el alma de un pueblo. Sin dureza, sin la prueba de la forja en el fuego, ninguna espada es buena. Esta metáfora es válida también para los humanos. Sin pasar la prueba suprema de la respuesta positiva no lograremos superarnos como pueblos o simples individuos.
Y en todo este contexto, resulta imprescindible contar con una estrategia. Nadie puede luchar sin saber cómo utilizará sus recursos disponibles para alcanzar el objetivo deseado o para impedir que el rival lo logre. Toda acción tiende a manipular seres y a generar espacios donde esa acción quiere ejecutarse. La relación suelo-tierra-hombre, se hace palpable. Las tribulaciones y la exitosa forma de enfrentarlas forjarán el carácter, generando pautas de particularidad que diferenciarán cualitativamente a un pueblo de otro y hasta a personas entre sí. Así ha sido, así será siempre.
* Ex canciller,
economista y politólogo - www.agustinsaavedraweise.com
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