El mayor error de Evo Morales fue creer que los altares a los que lo habían encumbrado eran eternos. Es cierto que eso suponía que todo lo que habían dicho de él —“iniciador de la nueva era de los pueblos”, “guía espiritual”, “luz que ilumina el continente”, que el lugar de su nacimiento, Orinoca, tenía que ser un lugar de peregrinación y meditación, que la ropa que había usado para su posesión era parte del patrimonio cultural de la nación, que era uno de los líderes mundiales, que su reunión con el Presidente de Rusia había cambiado la correlación de fuerzas en el mundo, etc., etc.—, él lo tomaba como rigurosamente cierto. Y mientras él podía definir expectativas, nuevos horizontes, sueños imposibles, viviendo en plenitud su papel de caudillo, era invulnerable.
Nunca supo, hasta diciembre del año pasado, que siempre llega el momento en que a los pueblos les importa un comino los discursos y piensan en el bolsillo, lo que es estrictamente irreprochable. Y cuando llega ese momento, se acaba la magia, se terminan los encantos, se derrumban los mitos y el ídolo, el caudillo, el guía, el gran conductor, se convierte simplemente en Presidente, condición que, en Bolivia, es históricamente precaria.
En un pésimo cálculo, el Gobierno pensó que la ruptura de diciembre —ruptura con las masas— tenía efectos momentáneos y soluciones a corto plazo. Más ilusiones que soluciones, porque ahora vemos cómo ese gobierno de pretensiones populistas y hasta socialistas tiene que enfrentarse cotidianamente con los sectores más populares, más pobres, trabajadores, mineros, fabriles, artesanos, por el tema más elemental de una economía: los salarios. Porque sus enemigos ya no son los viejos oligarcas, los latifundistas, los separatistas, los explotadores. Ahora sus mejores relaciones son con los banqueros, imposible mejorar su romance con la CAINCO en Santa Cruz, los empresarios son gente a la que hay que impulsar. El discurso del Vice es inequívoco: ¿Cómo vamos a emplear en salarios el dinero que tenemos que dedicar a las inversiones productivas de los próximos años? ¡¿Cómo en salarios?!” Que eso hagan los demagogos, nosotros somos serios, faltaría más. Y hasta se escandaliza por el ruido terrible de los dinamitazos, ¡qué horror! Y la afirmación de su Ministro de Economía: “Si les damos a los trabajadores la canasta familiar que piden, se mueren de indigestión”, no hubiera osado pronunciarla el más oligarca de los ministros en los mejores tiempos de la oligarquía.
Evo Morales no se ha dado cuenta —y la tarea de sus asesores es impedir que se dé cuenta— de que el torrente que abrió en diciembre no se ha detenido. Que su discurso del mar, sus procesos contra el que se ponga al frente, que su creciente influencia —por compras o por miedos— en los medios de comunicación ya no son suficientes para detener la fuerza de ese torrente. Es posible que la COB no tenga la fuerza para una huelga general y que una marcha no sea suficiente para tumbar a un gobierno. Lo que es rigurosamente cierto y muy conforme con la historia boliviana es que después de las horas de la magia… siempre llega la hora de las maldiciones.
Analista político
Cayetano Llobet T.
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