El despotismo ilustrado, de moda en la Europa del siglo XVIII, inspirado en los pensadores de la Ilustración, sostenía que el absolutismo basado en la razón, podía asegurar el progreso y la felicidad de la gente. En Bolivia hemos copiado el sistema pero al revés: El despotismo iletrado, que reúne sólo las desventajas del primero.
Es que en eso de copiar ideologías nunca hemos sido buenos en Bolivia. Pero nunca tan malos como el actual Gobierno que, incapaz de conceptualizar una Constitución Política del Estado Plurinacional que querían construir, tuvieron que acudir a unos facinerosos profesores de la Universidad de Valencia, que escribieron esa ensalada conceptual que es ahora nuestra Constitución. El escribano colonialista que contrató el Gobierno no tenía las credenciales, la experiencia ni el conocimiento para esa tarea, pero como buen aventurero, se atrevió a producir ese experimento jurídico para países del tercer mundo. Ese proyecto fue aprobado sin siquiera ser leído por los miembros de la tristemente célebre Asamblea Constituyente de Sucre. Las consecuencias de ese experimento vamos a pagarlas todos los bolivianos.
Pero más allá de estas imposturas que muestran el engaño de las reivindicaciones vernaculares, después de cinco años de Gobierno del MAS, lo que queda claro, además de la incompetencia, es que en la única actividad en la que son coherentes y eficaces es en la de tomarse venganza de cuanto boliviano se atreve a criticarles. Estos reflejos atávicos de resentimiento profundo del caudillo han dividido la sociedad y están dejando, en el camino, profundas heridas y odios que tardarán muchos años en cicatrizar.
En democracia, se entiende que el poder de la autoridad se deriva de un acuerdo social, en el que todos se sujetan al imperio de la ley. Hay una delegación de confianza de los ciudadanos a las autoridades para que los elegidos gobiernen para toda la sociedad, bajo ciertas reglas de juego que limitan y controlan su poder. Este concepto básico de la institucionalidad democrática ya no se aplica en Bolivia. El Gobierno archivó las reglas de juego y ahora soportamos una usurpación abusiva del poder que vulnera el Estado de derecho en el país.
Ahora los bolivianos empezamos a ver espectáculos deplorables de abuso de poder, corrupción, degradación moral e incompetencia. Veamos algunos ejemplos: Denuncia el Gobierno un complot en su contra, a raíz del cual la Policía da muerte a unas personas, detiene a varios opositores políticos y luego, a través de un video muy explícito vemos lo que realmente sucedió.
Luego, el deplorable episodio del gasolinazo; la persecución a los gobernadores de oposición, los cuales deben huir del país para que no les pase lo de Leopoldo Fernández, preso hace dos años sin juicio. Para coronar los absurdos, el Canciller sale a tratar de remediar un estrepitoso fracaso de la diplomacia de la coca: Ante la imposibilidad de eliminar la hoja de la coca de la lista única de Estupefacientes de la Convención de 1961, que claramente era la estrategia del Gobierno impulsada por su embajador ante la ONU, ahora vienen con el cuento de legalizar internacionalmente el masticado de la hoja de coca, cosa que dudo sea aprobada, pues legalizar el masticado implica aceptar la circulación de la coca en otros países, lo que violaría la citada Convención de 1961. Finalmente, pronto veremos en qué acaba el enamoramiento con Chile y la salida soberana al mar que ahora es un precepto de la nueva Constitución Plurinacional. Andamos de mal en peor.
El autor es abogado y diplomático. ( Jaime Aparicio publica su artículo en Los Tiempos)
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