En cualquier país del mundo, después de un error tan grande como el cometido por el Gobierno nacional, la semana anterior, la oposición se agrandaría quizá hasta convertirse en una estructura paralela de poder. Aquí en Bolivia, donde suceden acciones poco tradicionales, el oficialismo mantiene la mayor parte de su estructura social. Los grupos más definidos y activos siguen leales al régimen y en dimensión más concreta a su líder, el Presidente del Estado Plurinacional.
Esta reacción colectiva merece un análisis cuidadoso. La interrogante abarca por lo menos tres alternativas. En primer lugar, el prestigio y la capacidad de persuasión de Evo Morales; en segundo lugar, la situación económica con una extensión social evidente, la cantidad de dinero que actualmente hay en el país está distribuida en amplios sectores de la población y en tercer lugar, la debilidad integral de la oposición: falta de programa alternativo, falta de líder y falta de una organización valiente y activa.
Evo Morales, a pesar de todo lo que ha sucedido, sigue siendo uno de los políticos con mayor respaldo popular, este valor cuantitativo se agranda por la debilidad de los contendientes. En otras palabras, la dimensión social del Presidente, paradójicamente, está agrandada por el comportamiento de la oposición. Ante el fracaso de la elevación de los precios de los carburantes, no hay un análisis completo y menos una estrategia sustitutiva, proveniente de los núcleos opositores. Es también evidente que el Primer Mandatario es incansable en su trabajo proselitista.
Por causas que ya hemos explicado en nuestros anteriores trabajos, nunca como ahora hubo tanto dinero. Es cierto que las reservas del Banco Central son mayores a los nueve mil millones de dólares; la banca privada dispone de una suma más o menos igual y lo que circula en la dinámica incesante del mercado, debe ser también de la misma magnitud. Ese dinero, a pesar de la estratificación de la sociedad boliviana, está distribuido entre los diferentes sectores de la población. La movilidad mercantil que se ve no sólo en el centro de la ciudad, sino también en barrios marginales y provincias, es un fenómeno nuevo en Bolivia.
Esa capacidad de compra, obviamente, determina un comportamiento político, sino afín al régimen, por lo menos indiferente. Mientras las personas pueden satisfacer algunas de sus necesidades, las remociones políticas parecen innecesarias.
Respecto de otras corrientes políticas o grupos con posibilidad de tomar el poder, las características de los años anteriores no han cambiado. Seguramente, será necesario un análisis que abarque las funciones de las universidades y también de las clases sociales, para descubrir las razones por las que no aparecen líderes con formación ideológica sólida y con vocación evidente de poder. Los que, actualmente, intentan cubrir ese vacío adolecen de ciertas insuficiencias que, en algunos casos, los hacen extraños a las aspiraciones de las amplias capas humanas que, a partir de la exclusión de que eran víctimas, ahora están movilizadas en la economía, en las universidades, en las actividades profesionales y también artísticas. Bolivia no es igual que hace veinte años.
Sin embargo, la falta de partidos políticos de oposición, de ningún modo quiere decir que la población, en su totalidad, esté de acuerdo con el oficialismo. La derrota de la elevación de precios de los carburantes es un acontecimiento contundente, ahora la gente discrimina y apoya lo que vale la pena apoyar y rechaza con firmeza lo que está en contra de sus ideas e intereses. Sin duda, éste es uno de los avances estructurales más importantes, obreros, campesinos, clase media y otros saben quiénes son leales con ellos y quiénes poco claros y consecuentes. En lo porvenir, el pueblo votará con mayor conocimiento de planes y programas. No será tan fácil engañarlo. (En su momento analizaremos este contexto extraño)
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