Hace poco más de de 64 años, un 22 de agosto de 1944, Adolf Hitler ordenó que antes de que la II división blindada comandada por el general Philippe Leclerc de Hautecloque, retome París, el General Dietrich von Choltitz, Mariscal de Campo y gobernador alemán de París volara los puentes sobre el río Sena y que lanzara una lluvia de cohetes V-1 para incendiar y destruir la Ciudad Luz. El general von Chiltitz, sin embargo, no mostró ninguna prisa en cumplir esas diabólicas instrucciones, a las que en el fondo era contrario. Se había salvado la Ciudad Luz de la bárbara destrucción.
Tres días después, el 25 de agosto de 1944, ya derrotadas y en retirada las tropas del Tercer Reich, el Fuherer, frenético preguntaba: “¿Arde París?” Y al saber que la capital no estaba en llamas ni destruida, le vino uno de sus habituales estallidos demenciales.
Más de seis décadas después, ya hay el susurro en el gobierno de Evo Morales: “¿Arde la Media Luna?”, es decir, los departamentos bolivianos que resisten el despotismo, el populismo desenfrenado y racista. Las hordas mercenarias, ya han cobrado víctimas, con la pretensión de que, si no prevalecen, todo debe arder, debe destruirse. Pero los pueblos con ideales son indestructibles, y su tesón no se disipará con un ¿Arde París? Los libres no se acobardan con bravuconadas, ni con amenazas de hacerlos arder. Defienden sus valores y la libertad.
Sigue vigente la advertencia de Don Quijote: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres". Este pensamiento está vivo en los hombres libres que resisten los embates de la opresión, del racismo, del populismo antidemocrático y de los intentos de supremacía de unos pueblos sobre otros, en el seno mismo de la Patria.
Sí, la Patria arde, pero de indignación. El fuego no cuenta. Lo que cobra relevancia vital es la defensa de la libertad.
El gobierno de Evo Morales, con sus mentores como Hugo Chávez que ya amenaza con enviar sus tropas mercenarias a Bolivia, la hija del Libertador, y sus corifeos, como Insulza, se empeñan en convencer al mundo que defienden un gobierno democrático y legítimo.
Por supuesto que el presidente no se muestra y, para conseguirlo, el populismo tiene cómplices como los reclutados en la OEA por Insulza: Eduardo Stein y Dante Caputo y otros aliados como Correa, Lugo y Ortega y aún la vapuleada Cristina Fernández. No comprenden –hasta hay ingenuos en otros países- que los votos fraudulentos no legitiman; lo que cuenta, en cambio, es la conducta democrática permanente de un gobierno que resguarde la dignidad y el imperio de la ley.
Los designios irracionales e infames del populismo de Evo Morales, empeñado en perpetuarse en el poder, negando que la democracia sea alternancia y renovación, están en un proyecto de constitución, quizá único en el mundo, avasallador de las libertades y anacrónico. Revivir el atraso, la cultura incipiente, las prácticas salvajes, no son precisamente signos de democracia. Y Evo Morales está empeñado –en medio de su ignorancia histórica- en hacer que el país vuelva al pasado, erigiendo un monumento a la barbarie, opuesto a nuestros valores republicanos y a nuestros esfuerzos por marchar hacia la modernidad.
No. No arde la libertad, porque al final, prevalecerá la paz y los derechos de los libres.
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