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miércoles, 1 de octubre de 2008

no se puede entender porqué una mujer policía fue ultrajada, golpeada, por tropas del ejército

“Estaba durmiendo. Eran como las tres de la mañana, estaba todo oscuro y comenzaron a patear la puerta del módulo policial. En ningún momento pensé que eran militares. Después me di cuenta de que eran muchos porque en el piso se escuchaba el retumbar de sus botas. Me tiraron al piso y me comenzaron a golpear. Me puteaban. Yo les decía ‘soy suboficial de Policía’. Y ellos me seguían pateando en el suelo. ‘Qué, paca de mierda. Con vos es que quiero, desgraciada, matadora de gente’, me decían y amezaban con violarme”, cuenta Mirtha Sosa, la comandante de Policía de Porvenir que fue confinada a La Paz el 14 de septiembre. Desde la sede de Gobierno, ahora denuncia abuso militar y golpes que la llevaron hasta la clínica. Consultado al respecto, el viceministro de Justicia, Wilfredo Chávez, explicó que hoy visitará a los confinados para verificar las denuncias de maltrato. Sin embargo, justificó que cuando existe una declaración de estado de sitio ‘hay un procedimiento de detención y, en algunos casos, existe el uso legítimo de la fuerza’. La mujer, de 49 años, considera que se ensañaron con ella por el hecho de ser Policía. “Atiné a coger mi zapato para que no me lleven descalza y volvieron los insultos: ‘cállese paca de mierda, los polcías son uno pícaros, ladrones, corruptos’, me gritaban. Después me dieron culatazos en la barriga. Me han humillado, estropeado. Me gritaban que me iban a violar”, recuerda.Según comenta, la sacaron del módulo policial amarrada de pies y manos. Le ataron una polera en la cabeza para que no vea y la tiraron a un vehículo, junto a otros arrestados de Porvenir (seis). Ahí perdió la noción del tiempo y cuando amaneció se dio cuenta de que estaba en el aeropuerto de Cobija. A los 11 arrestados de esa noche los metieron a una habitación de madera. Después de horas, los sacaron del cuarto para fotografiarlos. Luego, les pusieron unos tarugos en la boca, los amordazaron y les volvieron a vendar los ojos. Horas más tarde les llevaron comida. ‘Coman su churrasco’, les dijeron, pero no le desataron las manos. Nadie comió.Cuando llegó a La Paz fue separada del grupo y llevada a una clínica. Allí atendieron sus heridas y estuvo internada. Al tercer día comenzó a orinar sangre. Prometieron hacerle una ecografía, pero hasta el momento no le han hecho el examen médico. Una semana después fue liberada. Cuando cuenta todo esto, Sosa rompe en llanto. A cada momento se pregunta por qué le pasó todo aquéllo y reclama al Comandante Nacional de la Policía, Miguel Gemio, por qué no acudió en su ayuda. Sosa es acusada por los campesino de haber dado la orden para que comience el tiroteo, luego de que se liberaron a los rehenes que llevaron a Porvenir desde Tres Barracas. Lo que la suboficial cuenta es distinto, y coincide con los relatos de gente de Porvenir.El 10 de septiembre, ella envió un reporte al ex comandante de Pando, Silvio Magarzo, en la que indicaba que hubo una reunión en una cancha. Hasta allí llegaron la presidenta cívica, Ana Melena; el vicepresidente, Ricardo Shimokawa, y otros dirigentes para alertar a la población sobre la llegada de campesinos. “El policía que mandé me informó de que estaban con palos, que no tenían armas. Después pasaron los camiones y las máquinas de la Prefectura para hacer una zanja en Tres Barracas. Le informé de todo a Magarzo, que llegó a Porvenir, a las 6:00, el 11 de septiembre. Fuimos hasta Tres Barracas y ahí estaba Shimokawa. Aseguró que ya no pasaría nada, que los campesinos se habían vuelto a Puerto Rico”, dice.Magarzo regresó a Pando, pero, alrededor de las 8:00, uno de sus sobordinados le dijo a Sosa que había pasado personas armadas que venían desde Filadelfia. Minutos más tarde, comenzaron a llegar los autonomistas baleados y se corrió la noticia de que el ingeniero Pedro Oshiro estaba muerto. Sosa se comunicó nuevamente con Magarzo, que volvió a Porvenir, alrededor de las 11:00 y detuvo el avance de los campesinos para tratar de evitar el enfrentamiento, que se produjo después de las 14:00. Ella asegura que los ánimos se caldearon cuando la primera de las rehenes fue liberada. Se trata de Martina Tapia, una paceña, de 59 años, que apareció golpeda y con una herida de bala en el brazo. Ella lloraba y gritaba que había más rehenes. En ese momento, las personas que tenían algún familiar desaparecido comenzaron a buscar en las camionetas. Magarzo ordenó a Sosa que los acompañe. Fue así que, debajo de mochilas, colchas y entre las piernas de los campesinos enontraron a seis hombres golpeados y heridos. Cuando bajaron, comenzó la balacera, que causó 18 muertos y dejó alrededor de medio centenar de heridos.“El coronel Magarzo ordenó que nos resguardemos en las paredes, porque no teníamos armas, sino gases”, añade y repite, una y otra vez, que sólo cumplió con su deber.

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