Los venezolanos conocemos el guión de la película que se rueda en Bolivia como a la palma de nuestras manos. La trama es la misma, las circunstancias levemente distintas. Sólo han cambiado el escenario y los protagonistas: director, productor y financista son los mismos.
En el trasfondo, un campo minado de pozos petroleros y sembradíos de coca. De coprotagonistas, la misma izquierda latinoamericana que - dividida entre reformistas y revolucionarios - repite hasta el cansancio los roles del buen policía y el mal policía. Unos marean, los otros rematan. Al final, el desenlace debiera ser el mismo: la liquidación de la frágil democracia boliviana y el entronizamiento de un régimen totalitario.
La música sigue otra partitura: no suenan cuatro, arpa y maracas, sino quena y charango. También los extras: aquí masas irredentas y marginalizadas que siguen prisioneras de la barbarie caudillesca decimonónica. Allí, millones de indígenas que despiertan de un golpe al siglo XXI y creen seguir a Manco Cápac.
Es la versión cinematográfica de la revolución del realismo mágico, como escrita por García Márquez y filmada por Spielberg, tan cercano a los dinosaurios. En el perfil de los caudillos el lejano fondo de héroes trasnochados por el trajín a que han sido sometidos: Bolívar, en Venezuela, Tupac Amaru en Bolivia.
Del fondo de los baúles del rencor y el despecho que lastran dos siglos de historia trunca y mal parida salen los vestuarios, los prejuicios, los odios y los lugares comunes. Zapatero aún no quiere enterarse que sus ancestros son el fantasma a descabezar por estas momias que resucitan de los tiempos de la Guerra a Muerte al fragor de La Internacional Comunista: desde Colón hasta los virreyes, desde la Perricholi hasta la Quintrala.
Es la resurrección en technicolor de los caudillos que se hicieron a la tarea de destrozar tres siglos de historia y cultura, los despojos de nuestros héroes independentistas, malversados, mancillados y castigados por sus culpas. Que las tienen y en abundancia. Se hicieron a su epopeya sin tener la más mínima idea de los fantasmas que invocaban. Ni de los desastres que prohijaron. Aquí los tienen. Este es el resultado: Chávez, Rafael Correa, Daniel Ortega y Evo Morales. A esto vinieron a parar Bolívar, Sucre, San Martín y O'Higgins.
El caldo de cultivo de estos embates es la crisis de las democracias, acelerada por la miopía política de sus élites, que propician y prohíjan tanto el desprestigio del sistema como la propagación del virus golpista, en las diversas expresiones de sus síntomas.
En ese clima enrarecido de sálvese quien pueda no faltan los oportunistas de siempre, quienes creen poder pescar en río revuelto precipitando la caída de los liderazgos tradicionales, montándose en las turbulencias del caos y sumándose a las filas del golpismo extremo o apadrinando a sus líderes.
Lo vivimos en la Venezuela de los noventa, cuando la izquierda se montó en las tanquetas del golpismo chavista, sabiéndolo pro castrista; la extrema derecha siguió al teniente coronel creyendo llegada la hora del militarismo perezjimenista; y la clase media partidofóbica, ansiosa de pasarle factura a quienes hizo responsable de sus propios desatinos. Fue el epílogo de la democracia, coreada por sus propios fundadores, como Rafael Caldera, y celebrada por sus propios medios, inconscientes del gigantesco daño que se les vendría encima. Al grito de ¡fuego, fuego! las mayorías corrieron a arroparse en las faltriqueras de los nuevos Mesías. La mesa estaba servida para aclamar al tirano y pasar por sus horcas caudinas.
Luego del golpe -o de los golpes sucesivos y asordinados, propiamente políticos y civiles, como en Bolivia- y como siguiendo el guión del nazismo clásico, la tarea de los golpistas ha sido la misma: derrumbar los diques de contención del democratismo parlamentario y asaltar el ejecutivo por la puerta grande de los comicios presidenciales. Con un solo y único fin: vaciar las instituciones democráticas de todo significado, coparlas con sus anti valores y ponerlas al servicio del déspota. Sin la más mínima alarma de la comunidad democrática internacional por tres razones:
1) la película se está filmando en un país del tercer mundo, y allí todo vale; 2) los asaltantes son de izquierda y se declaran socialistas, indigenistas, cocaleros, piqueteros, es decir: pobres. Y con los pobres, también todo se vale; y 3) dado que los pobres son mayoría, la aclamación mayoritaria del asaltante puede contar con el visto bueno y el beneplácito de los demócratas del mundo. Su legitimación de origen jamás será obnubilada por el desempeño del autócrata. La democracia es, según esta visión hoy imperante en el planeta, eminentemente cuantitativa. Todo lo demás es secundario. Exactamente como con Hitler y Mussolini, a quienes nadie pudo negarles haber contado con la inmensa y tumultuosa aclamación de sus mayorías.
Henos aquí terminando el segundo capítulo con demagogos, caudillos y autócratas en posesión del poder absoluto. Comienza la gran función: deconstruir una democracia y construir una tiranía totalitaria mediante el voto. O sus mascaradas. Y el aplauso cómplice de las democracias regionales.
Chávez dio un golpe de Estado el 4 de febrero de 1992 y teledirigió otro, desde la prisión, el 27 de noviembre de ese mismo año. Ambos golpes fracasaron en su objetivo inmediato pero dinamitaron con cargas de tanta profundidad los cimientos de la democracia venezolana, que hacerse con el poder se convirtió en un trámite rutinario.
La novedad esta vez consistió en lograrlo mediante elecciones. Evo Morales protagonizó un alucinante viaje hacia la demolición de la precaria estabilidad boliviana sirviéndose de la movilización de sus cocaleros y defenestrando a todos los presidentes que se le interpusieron en su camino.
Como el guión preestablecido indicaba que el asalto debía tener lugar por la puerta grande de las elecciones, impidió que los tambaleantes gobernantes que se prestaron al juego luego de derrocado Gonzalo Sánchez de Lozada cayeran antes de prepararle la alfombra. Y en esa movida, ya fue auxiliado por Lula da Silva y la izquierda latinoamericana, que corrió a La Paz a morigerar las pasiones encontradas. Guiado, como antes Chávez, por el experimentado y cazurro Fidel Castro, tuvo la paciencia de esperar hasta que las condiciones estuvieran absolutamente maduras. Entonces se hizo con el Poder ganando las elecciones presidenciales con una aplastante mayoría electoral. Auxiliado por el dividido establecimiento, financiado por Chávez y asesorado por Castro. Comenzaba el remake del corazón de la trama.
Este vaciamiento del contenido jurídico e institucional de los poderes se asemeja extrañamente a una acelerada autopsia sobre un moribundo. Quien primero lo ensayó con éxito fue Adolfo Hitler. El resultado es un monstruo seudo viviente, un Frankenstein que se mueve al arbitrio del caudillo, una fantasmagoría útil a los efectos de asegurarle a las democracias planetarias que todo sigue en perfecto orden.
Nada de qué preocuparse. Chávez acaba de imponer 26 leyes que derogan la constitución que él mismo se pergeñara y ha establecido un gobierno de facto. Ante las protestas de su oposición interna –el mundo no ha querido enterarse– señala tan orondo que él no es un dictador, “pues procedo según leyes”. Poco importa que tales leyes sean la falsa legitimación de una violación legal. Al fin y al cabo, para los demócratas del mundo, ley es ley. Nominalismo puro.
Ya sabemos los pasos escritos en el guión de estas neo dictaduras: resquebrajar las instituciones y fracturar el bloque de dominación, es el primero de ellos. Conquistar el poder ejecutivo, el segundo. Convocar a una asamblea constituyente que permita liquidar el congreso, desbancar el poder judicial y montar un parapeto de fiscalía y control absolutamente serviciales al déspota, el tercero.
En el camino se van arreglando las cargas, con o sin legitimación constitucional. Para lo cual existen los mecanismos habilitantes y los decretos con fuerza de ley: modificación del curriculum de enseñanza para introyectar la nueva ideología del Poder en las conciencias infantiles; modificar la conformación del tribunal supremo de justicia para blindar las decisiones del ejecutivo y suspender la vigencia del estatuto de la judicatura; apoderarse de todos los medios de comunicación disponibles o crear otros al servicio de la amplificación del discurso revolucionario; montar nuevas instancias de control social y manipulación electoral al servicio del Mesías, como asambleas comunales o consejos vecinales.
Para terminar -o principiar- corrompiendo y anulando a las fuerzas armadas, otrora las últimas válvulas de seguridad de los regímenes democráticos. Todo ello con un fin supremo: centralización absoluta del Poder, despenalización del asalto a la propiedad privada y a los bienes de los ciudadanos, generación del caos y respaldo a la criminalidad, para sembrar la zozobra entre los inadvertidos ciudadanos.
Sin que las propias oposiciones lo adviertan o el mundo tome conciencia del hecho se ha verificado el paso de una sociedad democrática a una sociedad totalitaria. Y cuando las oposiciones lo advierten y comienza el inevitable enfrentamiento –que no permite consensos ni acuerdos, ante la suprema polarización de las voluntades– surgen las mediaciones, las hipnosis, los acuerdos, las mutilaciones, las mesas de negociación.
La estrategia entonces es acorralar a las oposiciones, hipnotizarlas y descabezarlas con una sonrisa en la boca. Entonces, apropiados de todos los mecanismos de control y bajo el respaldo plebiscitario de sus masas de apoyo, ni siquiera los referendos se cumplen respetando las normas internacionales.
El déspota gana o gana. Cuenta con las mayorías. Exhibe sus estadísticas y demuestra la pureza impoluta de sus mayorías. Es el momento en que el o los coprotagonistas entran en juego. Por ejemplo, la OEA y el Centro Carter. Por ejemplo la Sra. Bachelet y UNASUR. Por ejemplo el Sr. Gaviria o el Sr. Insulza. La película se aproxima al desenlace.
Todo lo que comenzó a suceder y está sucediendo en Bolivia corresponde a ese guión preestablecido. Copia al carbón el guión de la llamada revolución bolivariana venezolana, que comenzó con un golpe, continuó con el desvencijamiento de las instituciones, defenestró al presidente de la república, avanzó mediante la conquista del poder ejecutivo, se afianzó a través de una constituyente, copó todos los poderes, marginalizó y criminalizó toda oposición y cuando se encontró con un levantamiento popular utilizó todos los recursos de la mentira, el engaño y la truculencia para criminalizar a las víctimas, violar todos los derechos ciudadanos y servirse de la comunidad internacional para aplastar a los demócratas. Falseando los procesos electorales y apareciendo ante el mundo con la seudo legitimidad de mayorías fabricadas en los laboratorios del poder. En ese expediente jugaron un papel crucial Lula da Silva y César Gaviria, Jimmy Carter y los gobiernos de la región. Sin dejar de mencionar a Fidel Castro, cuyos aparatos de control y vigilancia terminaron por apoderarse de todas las instancias electorales. Expediente conseguido en Bolivia gracias a la mediación brutal de las huestes rojo-rojitas del teniente coronel. Ya van seis muertos venezolanos en enfrentamientos sangrientos del régimen con la oposición boliviana. ¿Cuántos serán los vivos?
El guión de esta película de política ficción, hecha cruda realidad, no tiene escrito el desenlace. Como es de imaginar, el final feliz no depende ni de los factores internacionales ni de héroes del último minuto. Tampoco de los precios del petróleo ni del tráfico de drogas. Dependerá de la conciencia ciudadana y su voluntad de impedir, al precio de su vida si fuere necesario, la entronización en nuestros países del neo fascismo bolivariano. La esperanza es lo último que se pierde. Los bolivianos nos llevan una ventaja: ya conocen la película. Es de esperar que no se presten a reeditarla. Sería un crimen de lesa política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario